30 diciembre 2006

La Navidad es una señora de las tetas grandes


He de reconocer que guardo cierto rencor por la Navidad, entendiendo la Navidad como lo que es en estricto sentido: la conmemoración de la Natividad del Señor, también llamado Redentor o Salvador del Mundo y así una infinidad de títulos de nobleza la mar de llamativos. Yo no reconozco a ningún redentor. Por tanto, no tengo nada que celebrar.

No me molesta que otras personas crean, reconozcan y celebren y se alboroten (incluso que se agasajen con bolsos de Prada). Hasta les perdono que tengan ilusión y sean felices estos días. Lo que no tolero es que las Administraciones Públicas, se pasen por el forro de los cojones el principio constitucional de la aconfesionalidad. Ya está bien de armar belenes en los organismos públicos y de que los escolares sean obligados a venerar estos cuadros plásticos. No está bien que sistemáticamente se patrocine y se publicite a la Iglesia Católica cuando la Constitución obliga a que lo público, es decir, lo de todos, sea neutral, para que de este modo podamos respetar tanto a los que creen en el Redentor, o en el Buda o en el Mahoma, como a los que sinceramente, y de todo corazón, están convencidos de que toda esa parafernalia es para joder la marrana.

Aparte esa rebeldía trascendente, y esa reivindicación de principios, entiendo que las ganas de festejar la Navidad o la fiesta de turno depende del imponderable de LAS ILUSIONES. De pequeño yo sentía una ilusión tremebunda por las Navidades y otros jolgorios afines, como Los Carnavales.

Los Carnavales daban ilusión porque se comían unas viandas muy apetecibles, como el pan dulce de leche o las sopitas de miel, repostería típica de La Palma, isla de la que soy natural. A uno de pequeño se le conquista por el estómago. De niño uno está siempre hambriento y goloso. Y aparte de la ilusión gastronómica, el carnaval consistía en ponerse un gorro de papel bicolor y echarse polvos los unos a los otros (esto es también una tradición palmera). Parece poca cosa, pero les aseguro que yo reventaba de felicidad. Algunos idiotas entendían mal el principio, y se echaban los polvos a sí mismos, lo que resultaba ridículo.

La ilusión de la Navidad también era gastronómica. A mi padre, que trabajaba en la finca de plátanos de los notarios, le daban una cesta de viandas y bebidas y esa era la ocasión. Era un vivir sin dormir, pensando en el postre. Lo que no entiendo es por qué la empresa ponía a sus trabajadores media docena de bebidas alcohólicas fuertes: coñac, whisky, ginebra, ron, etc. A los niños nos dejaban probar de todas, no había restricción. Hoy en día por un comportamiento así le quitan a un padre la patria potestad, pero a nosotros nos dejaban consumir licores con total libertad. Incluso nos obligaban. Por ejemplo, si comías tortitas calientes mamá no nos permitía beber agua, decía que te pasmabas. Lo que nos dejaba era beber vino, y claro, uno estaba tan sediento que todo se volvía en ir y venir al garrafón: estamos hablando de niños de siete, ocho años. Otra ilusión de la Navidad era que en la misa actuaba esos días una rondalla, que tocaba primorosamente esos villancicos que encogían el corazón. Y el otro incentivo eran los regalos, aunque los regalos fueran tan simples como un par de bolígrafos Inoxcrome o una pelota de goma que se pinchaba a la menor que canta.

¿Pero qué me queda ahora de esas ilusiones? Pues la nada más oscura. Las viandas de Navidad las veo en el supermercado y me dan arcadas. ¿Los villancicos? Bah. Ahora prefiero escuchar a Mónica Naranjo. ¿Y los regalos? Miren: es inútil que nadie me regale. Hace unos años, por ejemplo, mi hermana se esforzó y me compró un juego de afeites de Loewe, colonias, desodorantes y eso. Estaba de moda esa marca, ya que era la que usaba Mario Conde, el yupi del momento. Total: que a mí me pareció una colonia jedionda y nunca la usé. Acabé por donarla a Cáritas, con pregunta: ¿ustedes saben si los pobres usan colonia Loewe? Afortunadamente puedo comprarme cualquier objeto material que desee (entre otras cosas, porque no deseo cosas muy muy muy caras, escandalosamente caras), y por tanto los regalos materiales no tienen sentido. Y los regalos inmateriales no existen. Eso son bobadas.

En resumen: la Navidad, aún como festejo aconfesional, no tiene sentido para mí porque carezco de ilusiones. ¿Comer junta la familia? La única familia natural que reconozco es la de los padres con sus hijos pequeños (que yo no poseo). Lo demás es juntar cuñados con suegros, tíos con sobrinos terroristas y otras perversiones, que lo que provoca es la guerra de langostinos que apuntan con sus cabezas, maravillosamente descrita por Mantel en sus diaporamas.

Que ustedes coman, canten y sean regalados al buen gusto. Siempre y en todo tiempo.

Por si no entienden el título, les aclaro que esa señora de la foto se llama Patricia Navidad, y que por lo visto es famosa, aunque yo nunca jamás hasta esta noche la había visto, a dios gracias.

Aviso: la semana que entra me esperan otros días de ausencia. Junto al mar, pero sin catarlo.


24 diciembre 2006

Mary's boy child



Mary ha tenido un niño. Dicho así suena muy humano. No sé si habrá valido la pena convertirlo en redentor, o en paradigma del amor y la caridad.

Iba a escribir un artículo explicando por qué me niego a celebrar la Natividad el Señor. Sin embargo, visto lo visto, y lo visto es que me entró el síndrome de las pequeñas vacaciones de la estación fría, y lo visto es que no tengo ganas, opto por dejar en paz a todos aquellos que, sinceramente, adoran el niño de Mary recién nacido.

Boney M se inspiró en este nacimiento para componer el villancico pop "Mary's boy child". Y como Boney M es uno de mis grupos de culto, aquí lo dejó. Para desearles paz y reposo en estos días en que estaré ausente y sin conexión (dicho así suena a muerte cerebral, pero no).

Hasta pronto. Abrazos.

17 diciembre 2006

Importaciones de pollos y putas, S.L



Les voy a poner al corriente de cómo nos están yendo las cosas por acá, en Tenerife. En 1950 esta isla canaria tenía una población de 200.000 habitantes. Al día de la fecha la población de derecho es de 840.000 almas, pero luego está la marabunta de turistas de sandalias con calcetines y los ilegales, rusos mafiosos y evangelizadores mormones. Estamos tan apretados, que yo el otro día abrí la ventana para que me refrescara el aire y lo que me entró fue la halitosis de ginebra de un turista inglés.

Por si alguno de ustedes, amigos foráneos, está interesado en sumarse a la colonización de la paradisíaca isla, les voy a explicar cómo deben manejarse para tener éxito.

Hasta hace poco teníamos sólo el record de lugar de España con más horas de sol al año. Ahora figuramos en los cuadros de honor de casi todas las estadísticas: Aquí hay la mayor densidad de habitantes por territorio y la mayor cantidad de vehículos por persona. Gastamos cuatro veces más cemento por habitante que el mayor consumidor de Europa, que es Alemania. También estamos a la cabeza de España en la construcción de viviendas ilegales (casi todas ellas residencias de fin de semana, es decir, lujos superfluos). Y parece que nuestras listas de espera en la sanidad son también las más largotas del país.

¡Qué bueno! ¡Ganamos por goleada!

La economía está muy pero que muy caliente. ¿Y en qué se basa nuestra economía? Pues en el turismo y en la construcción. Hasta hace poco vivíamos del plátano (la fruta amarilla que se come), pero eso va desapareciendo. Ahora es azaroso que alguien se resbale con una cáscara de plátano: es más fácil romperse la nariz contra la cabeza dura de un turista alemán.

¿Y cómo, si esto es así, conseguimos alimentar a tanta boca? Agricultura y ganadería para servir la mesa a un millón de personas es impensable. Las turistas nórdicas, esas rubias fornidas insaciables, vienen y se comen las zanahorias de los canarios. Por eso hemos tenido que recurrir a la importación. El año pasado Tenerife importó 30 millones de pollos de Brasil. Tocamos a dos pollos y medio al mes, y yo es lo que como. Las cifras cuadran. Lo que no sabía es que estaba mordisqueando muslitos brasileños.

Pero los pollos no llenan todas las carencias. Si hay fiebre en la construcción, los albañiles estarán calientes como estufas. Y de hecho lo están: tengo información fehaciente de que los albañiles y peones de la construcción (e incluso los propios constructores) cuando abandonan el tajo los viernes al mediodía se dirigen en tumulto hacia los lupanares, y allí se desfogan con putas. Cuentan los que han estado que las sábanas huelen a sudor viejo y a polvo de cemento…

¿Y de dónde sacamos tanta puta? Pues verán, curiosamente vienen juntas con los pollos: del Brasil. Las hay por miles. Vienen y van. No son la misma, el negocio fluye. En el sur de la isla está el mayor boom de la construcción, ya que es la tierra quemada del turismo de masas. Valdés Center es un edificio de apartamentos y oficinas situado en la encrucijada de la metrópolis turística. En realidad es un colmenar de putas brasileñas. Si nos ponemos en el hueco de las escaleras, cada treinta segundos más o menos se escucha el estertor orgásmico de un albañil: suena más o menos como un orangután descontrolado.

Por si alguien no conoce cómo manejarse con las putas brasileñas, esta es la forma: Compruebe que usted está caliente como una estufa. Deshágase de sus prejuicios morales y despiste a su esposa. En un quiosco, adquiera un ejemplar de cualquier periódico. Simule leer los deportes y váyase a las páginas de putas. Mire las fotos, no cometa el error de fiarse de los adjetivos. Llame por móvil y concierte una cita. Deje en casa la cartera y toda su documentación. Ponga en el bolsillo 60 Euros descambiados (la puta nunca tendrá cambio). Al llegar a Valdés Center llame de nuevo porque otro orangután puede estar ocupando aún a la dama. Suba. Siempre está al fondo de un pasillo, a la izquierda. Le recibirá la madame. La niña le abrirá la puerta en tanga y será cariñosa sin permitir que la bese. Si usted tiene conversación puede usarla: la puta le entiende lo suficiente.

Si usted es un romántico puede enamorarse de la puta. Puede imaginar por unas semanas que es su novia. Dígales a sus amigos que “ha conocido” a una chica, y manténgase en su postura aunque ellos le perjuren que en realidad “la ha contratado”. No se corte: cómprele bragas y perfumes. Puede invitarla a salir, ella aceptará. No tenga reparos si tiene que ir acompañada de la madame. Llévela un restaurante caro. Pasee con ella por el puerto. Permítase ser feliz con la mulata Fernanda: si los demás notan que es una puta, usted presumirá de ser muy macho.

Las putas brasileñas no son tan putas como parece. Son chicas normales en su país. Pero aquí pueden ganar en un mes meses lo que en Brasil en un año entero: y ni siquiera tienen que levantarse de la cama. Luego pueden estudiar su carrera y estar con su novio.

Las putas brasileñas son muy cariñosas y sumisas: nada de bravas, como las españolas. Por eso muchos canarios se enamoran de ellas y se casan con ellas, y les importa un bledo que cuatro mil albañiles hayan metido la cuchara.


En fin, así es como está el panorama de negocios en Tenerife. ¿A usted le apetece venirse? Si ha respondido que sí, le recomiendo que para establecerse lo mejor es montar una compañía de importaciones de pollos y putas. No se preocupe, es lo mismo que las tiendas de ultramarinos de la posguerra. En aquellos años hacían falta sardinas en aceite y mejillones en lata. Ahora necesitamos pollos y putas a granel, todo del brasil. Y si piensan que son dos productos demasiado diferentes, fíjense en la fotografía del encabezado. Visualicen un pollo desplumado patas arriba y una puta desnuda patas arriba: ¿encuentran alguna diferencia?

10 diciembre 2006

La poesía de Edmundo Mantel



Hace apenas unos días Edmundo Mantel cumplió años. Desde estas páginas queremos sumarnos a la conmemoración reivindicando su talento poético.

Conocí a Mantel en 1989, en el comedor del Ejército, ya que ambos cumplíamos el servicio militar. El menú del día era lentejas y muslo de pollo. Mantel daba cuenta de su ración y departía con otro sujeto cuya identidad me callaré. Me llamó la atención su forma de hablar, plagada de adjetivaciones inusuales para un joven de 22 años. Me acerqué a la mesa y pedí permiso para sentarme. Le pregunté si era pseudoescritor y me confirmó mis peores sospechas: Mantel le daba a la pluma.

El Sr. Ingle también escribía. Coherente con el contexto militar, se había especializado en el género “biografías de soldados”, siendo famosos sus títulos: “Las perezas de David”, “La vocación de Ernesto” y “Gesta y venturas de José Ramón Manjavacas”.

Por su parte, Mantel estaba estrenando el cargo de redactor de la Revista del Club del Parapente del Valle de Güímar. El presidente de este Club, sabedor su talento literario, le había ofrecido la tarea de componer los textos de esta revista, dedicada a divulgar el peligroso deporte del parapente. Mantel se entregó en cuerpo y alma al oficio, del que no percibía retribución alguna, salvo el orgullo del trabajo bien hecho. En la fotografía le auxiliaba su hermana, en aquella época también joven y enamorada, Doña Evangelina Mantel de Ulloa.

Los números aparecían con periodicidad mensual, y pronto el Sr. Mantel se dio cuenta de que no había mucho que contar. Cuando algún suceso fuera de lo común se presentaba, él le sacaba toda la punta, pero no era suficiente. Con gran valentía, inauguró una sección de sucesos, dedicada a este o aquel parapentista que, luctuosamente, se había roto unas costillas en el aterrizaje, o pinchado el culo al caer sobre un cardón. En fin, hasta de alguna muerte hubo que dar noticia, lo que le valió a Mantel una llamada de atención del presidente del Club: esas cosas, le dijo, mejor no airearlas…

El concurso de poesías fue una ocurrencia afortunada de Mantel, que ya no sabía cómo llenar las columnas de la publicación. Muchos poetas aficionados se inscribieron, y al final hubo dificultades para adjudicar el premio, que consistía en un vuelo en tándem de parapente.

Al finalizar el concurso, viendo las inquietudes que el género literario despertaba en los lectores de la revista, Edmundo abrió una sección permanente dedicada a publicar los trabajos que remitían los suscriptores y los propios miembros del club. Se trataba de poemas variopintos y pequeños relatos, que poco a poco fueron atestando el apartado de correos del Club. Edmundo tuvo que multiplicarse para leer y calificar todas estas obras noveles. No dejaba sin respuesta ningún envío, aunque fuera una mera nota de cortesía. Por ejemplo, a una piadosa señora que había escrito, con escasa fortuna, un soneto sobre el dolor de Cristo en la Cruz, le respondió: “Lamento decirle que, tras el análisis pertinente, no he logrado encontrar el suficiente valor literario en su composición, por lo no es posible publicarla en nuestra revista del Club del Parapente. Esto no quita que usted posea dotes artísticas aún ocultas, y que pueda desarrollarlas en otras ramas del arte. No sería mala cosa que intente pintar un cuadro al óleo de una pareja de ciervos en la campiña”. En otras ocasiones, el Sr. Mantel fue más áspero: “El dolor por la pérdida de su marido no justifica que usted pretenda torturar a nuestros lectores con su poesía negra. Búsquese una nueva compañía y déle una alegría a su entrepierna”.

El propio Sr. Ingle publicó muchos poemas en la Revista del Club del Parapente, amén de algún que otro relato, a veces en colaboración con el Sr. Mantel. Sin embargo, lo que poca gente sabe es que el mismísimo Sr. Mantel se atrevió con una poesía. Esto es importante destacarlo, porque así como es vox populi el talento narrativo de Mantel, su vocación poética es un tesoro no descubierto. Mi opinión es que él mismo ha censurado esta vertiente de su valía artística. ¿Por qué? Voy a ser audaz al afirmar que quizás sea por timidez. La poesía pone al descubierto la sensibilidad más deplorable de una persona, y el Sr. Mantel no está interesado en que se le descubra esa debilidad.

Sin embargo es justicia que la humanidad sepa. Sería imperdonable que nos hubiéramos privado de las elegías de Machado a su mujer fallecida, Leonor. Pocas veces en la historia de la poesía se llegó tan a lo íntimo como lo hizo Machado cuando le faltó el gran amor y faro de su vida. Pues bien: a mi modesto entendimiento, Edmundo Mantel ha sobrepasado los logros de Antonio Machado. Este poema, que aquí les presento en primicia, pero que hace ya dos décadas vio la luz en la Revista del Parapente, es una obra de arte que sorprende. Mantel habla también del dolor por la pérdida de la amada (siquiera en sentido figurado). Su hipersensibilidad nos sobrecoge, y a su vez nos hiende el alma. No digo más. Les dejo con la poesía de Edmundo Mantel.

ATARDECER (por Edmundo Mantel)

En el atardecer opaco
El grillo dejó su canto
Y yo esperaba envuelto
En una lágrima.

El regreso de tus manos
A este campo
Estéril que es mi alma
Sin un paso.

Ni lamento
Ni un suspiro
Que me llevara
Al insano juicio

De adorarte
Delicada perla
Muda requerida
Marchóse para siempre

Tu ánima encendida
Y yo te llamo
Y te exijo en esta
Atmósfera

Do´los gajos de
Mi espíritu
vagan por
El mar inmenso

De la nada
Donde un día
Me dijeron que los muertos
Se reúnen

Mas yo no veo
a nadie
Ni a una luz
Ni a oscuras hadas.

Vaya mierda
Querida mía
Que hasta
Muerta

Seas tan puta.

03 diciembre 2006

Y la flor comenzó a arder


Cuando Edmundo le robó las cuerdas de la guitarra a un mendigo para hacerse espaguetis, su madre comenzó a preocuparse. Al muchacho se le estaba yendo la olla a ojos vista, ella observaba con sufrimiento que los perros en la calle le corrían detrás y le mordisqueaban el culo sin que a él le importara un pimiento. El médico lo hizo desnudarse y lo observó de cabeza a rabo sin hallar anormalidades de bulto. Le preguntó si le había ocurrido algo extraordinario últimamente:

-Lo único es cuando dormía la siesta debajo de un árbol y me golpeó en la cabeza un meteorito, justo aquí.

El doctor auscultó la nuca del muchacho y le diagnosticó que había sido una castaña, y no un meteorito. A la madre le dijo simplemente que el chico era algo idiota.

-Lo que tienes es que buscarte una mujer, que ya te blanquea la sien y no sabes de la misa la mitad.

Y como Edmundo le preguntara dónde buscaba una mujer, la madre le señaló el ordenador y dijo en el Chat. Él obedeció sin ganas y se puso a entablar conversaciones. Con Ragebunda parlamentó una noche hasta el amanecer. Al principio le hizo gracia que la chica no parase de sacar al trapo el dichoso tema: Que si iban a follar en la primera o en la segunda cita. Él le envió una poesía que había escrito de adolescente que trataba sobre el amor y ella le respondió que para qué le mandaba “eso”, que lo que le gustaba era que le dieran con una fusta en las nalgas. Quedaron para una cita y cuando Edmundo caminaba por la calle rumbo a la cafetería del encuentro sintió tanto asco y repelo que dio media vuelta y bufó: Putas, son unas putas.

Se lo explicó a su madre, y esta comprendió la queja del muchacho, que le gustaban como antes, con la cosa de la inocencia. Pues tendrás que ir al pueblo, donde vivían los yayos. Tal vez allá… Y se puso en camino. Como un peregrino anduvo vagando por las cañadas de ovejas, día y noche. Llevaba un atillo con alimentos, pero cuando se le agotaron tuvo que acercarse a los labriegos para que le dieran zanahorias (un labrador siempre necesita alguien que le coma la zanahoria, si no, no se podría considerar labrador).

La casa de los yayos estaba medio en ruinas. Edmundo se instaló y estuvo varios días limpiando las huertas. Una mañana observó en la azotea de los vecinos una muchacha con vestido blanco de vuelo tendiendo sábanas. Contoneaba las caderas al ritmo de una canción de Juan Luis Guerra, y parecía muy alegre. La saludó con el brazo y ella le contestó: “¡Hola! ¡Hola! ¡Pijaaamas! ¿Qué payasada era esa? Edmundo se pasó el día melancólico y se le quitaron las ganas de comer y de trabajar.

Al día siguiente subió la muchacha a visitarlo y le trajo medio queso blanco de cabra. ¿Te gusta? Edmundo lo tomó y le dijo que sí y la sentó a la mesa. Ella le contó que se llamaba Marcela, y por lo que averiguaron, tenían un lejano parentesco.

-Pero a mí no me importa, le espetó Marcela: ¿Tú te casarías conmigo?

A Edmundo se le encogió el corazón. Balbuceó bueno bueno bueno, ejem, hasta que articuló:

-¿Pero tú tienes la flor?

¿El qué?, contestó Marcela. Que si eres virgen, aclaró Edmundo. Ah, eso:

-Un pastor me quiso forzar en una ocasión, pero yo me defendí, le mordí los codos y sólo consiguió sacarme los calcetines. Así que estoy bien.

Edmundo se dio prisa en restaurar la vivienda y se casaron en tres meses. En el pueblo no había luz eléctrica. La noche de bodas ambos se vistieron sus camisones y se metieron en la cama con sábanas nuevas muy limpias. Edmundo se levantó de repente, cogió el candil y le preguntó a Marcela:

-¿Me lo dejas ver?

Como quieras, le contestó ella, remangándose el camisón y abriendo los muslos. Edmundo acercó la llama de la vela y observó:

-¡Uy, uy! Esto parece una selva… Tanta manigua, madre de dios, tendré que regalarte también a ti un treamer.

-¿Qué es un treamer y por qué dices que a mí TAMBIÉN? ¿Cuántas hubo antes que yo?

Edmundo le aclaró que él llamaba al aparato “pela conejos”, que era la mejor traducción al castellano. Y que lo otro se lo callaba por discreción de caballero. De modo que siguió observando, abriéndose paso entre la maraña: ¡Pero no está!

-¿Él que? Preguntó Marcela.

-¡Pues la flor!

-Anda, anda, mira más adentro.

Edmundo acercó más la llama de la vela y al fin encontró algo. ¡Pero madre de dios! ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Se apuró Marcelita.

-¡¡Es que hay una inscripción!! A ver que leo… Dice: “Firestone 135 R13” ¿Qué coño es esto?

Pero se había acercado demasiado con la vela a la maraña selvática. Y la flor comenzó a arder. Las llamas se extendieron en menos que canta gallo.

Cuando los bomberos echaron abajo la puerta sólo encontraron un viejo de pelo blanco moribundo, abrazado al esqueleto de un somier de metal.

Ahora escucho la sequedad del tiempo,
su amplitud contenida.
Escucho la emoción de quien muere,
su inmortalidad.
Antídoto contra el amor: te escucho.

28 noviembre 2006

Qué mala es la envidia


La Agencia EFE difundió hace unos días la noticia de que Pete Best, el primer batería de The Beatles, antecesor de Ringo Starr, ha afirmado que le echaron de la banda de Liverpool porque "era el preferido de las chicas", cuestión que provocaba envidias entre los otros miembros. Best ha señalado que durante la etapa en que la formación trabajó para un club en Hamburgo él era "un amante de la juerga y las mujeres", circunstancia que le habría llevado a ser sustituido en múltiples ocasiones por Ringo Starr, quien fue finalmente el batería con el que los amantes de la música conocieron a The Beatles.

Me cae bien este Pete. O sea, que el muchacho se andaba corriendo tremendas juergas (nunca mejor dicho), no llegaba a los conciertos y tenían que sustituirle con el segundón de Ringo, y se queja de que lo echaron por envidia. MMM: pero qué malita es la envidia. Sí señor. Y pobre Pete, que para salir adelante tuvo que trabajar de panadero.

Esta noticia me hizo recordar que yo viví un caso parecido. Recién terminados los estudios, comencé mi experiencia laboral seria como becario en una fábrica de cigarrillos. Estaba destinado en el Departamento de Personal, pero me tenían más bien como pinche. Ni siquiera me dieron una mesa. Se supone que si lo hacía bien me podrían haber ofrecido un contrato al final de la beca. Pero no. Me enteré después que uno de los Jefes de Departamento andaba diciendo por ahí que yo “no tenía dotes de mando”.

Este jefe era en realidad un jefucho. Su Departamento eran dos personas y la secretaria compartida del Director (compartida porque podían tirársela por turnos, supongo, tenía modales rudos, mala leche y carita zorruna). Años más tarde, la multinacional americana decidió reducir su producción en Canarias y comenzó a despedir gente. Uno de los primeros que cayó fue este jefe. Cuando le dieron la noticia se le hundió tanto su esperanza de ganarse el pan, que le sobrevino un infarto y murió. Por lo visto él sí tenía dotes de mando, pero lo que no tenía era dotes de parado.

Sin embargo aquí estoy yo, al fin mandando sobre muchísimos súbditos y sin peligro de que me despidan. Y respecto a las dotes de mando, hum, me estoy volviendo tan cabrón que hasta obligo a mis vasallos a que escriban con letra verdana y les prohíbo celebrar cumpleaños. Joder, ¡esto sí que son cojones de mandar! Hace poco visité la tumba de aquel jefucho y le robé las flores que su familia le había puesto por el aniversario: “¡¿No he dicho yo que están prohibidos los cumpleaños?! ¡Que la norma también vale para los muertos!” Y me largué de allí, destronchado de risa.

Bueno, el caso que quería contarles es que en el Departamento de Personal de esa fábrica de cigarrillos había un Graduado Social que se creía el Richard Gere de turno. Andaba siempre peinándose, sacudiéndose las motas y olía a colonia Old Spice. Era un lígalotodo. Feas y guapas, le daba igual. A veces bajaba a la enfermería y se tiraba a la ATS en la camilla. Yo, como es natural y dada mi juventud, me impresionaba bastante con estas mañas de macho bien bravo.

Lo que tenía de malo es que era un fresco, y apenas paraba por la oficina. Era como el Pete Best de Los Beatles, un amante de la juerga y de las mujeres. Día sí, día no, llamaba a primera hora y su repertorio de disculpas era del estilo: hoy amanecí destemplado, tengo calentura, me duelen los riñones, estoy que me arrastro, tengo calambres en las tarlípedes o cojones, etc.…

Al final lo pusieron de patitas en la calle. Le ofrecieron una pequeña indemnización y todo, pero él se ofendió y alegó lo que Pete: que si le tenían envidia, que si todas las niñas de la oficina le adoraban. Reclamó ante la Magistratura y perdió la instancia. Apeló al Tribunal Superior de Justicia, donde se atrevió a recusar a un Juez llamándolo también envidioso. Pero tampoco se le dio la razón, y ya tenía tal perreta encima que se gastó un pastón en un abogado caro de Madrid y el caso llegó al Supremo.

Yo ya no estaba en la fábrica. Pero me enteré de la sentencia del Tribunal Supremo años después. Fue una anécdota que dio lugar a muchos chascarrillos y al final acabó el pitorreo en todos los bares de la provincia y se difundió por los periódicos. Hoy en día la conoce medio Tenerife. El caso es que el Presidente de la Sala que juzgó el caso no se quedó contento con dictar una sentencia desestimatoria y que condenaba en costas al galán de marras. Con la notificación le envió una especie de carta personal, en la que más o menos le decía: Por supuesto que le envidiamos, señor X. Todos le envidiamos sus dotes de entrepierna y sus sobradas conquistas. Le envidiaba su jefe en la fábrica, le envidiaban sus compañeros. Le envidiaba el Magistrado de instancia, el del Tribunal Superior y toda la cohorte de abogados que usted ha contratado. Yo mismo, no lo sabe bien, he dejado de dormir muchas noches por ataques de envidia. Una suerte como tiene usted con las mujeres es insoportable para un hombre que se considere normal. Así que sépalo: .
¡Claro que le envidiamos, FOLLADOR DE MIERDA! Pero métasele en la cabeza que de la fábrica le despidieron porque también es usted un soberano gandul.

PS. Aprovecho para expresar mi solidaridad por todos aquellos que siguen atrapados en la versión Beta de Blogger. Afortunadamente nuestro amigo George ha logrado salir a flote, y con algunos problemas no resueltos, EDMUNDO MANTEL, que al parecer estaba también atrapado en una pecera virtual Beta, acaba de resucitar. La muerte afecta a cada cual como le parece, y a nuestro eximio Sr. Mantel le ha dejado una cara algo rara, no hay más que ver la foto. Aprovecho para protestar por lo que cuenta de la CUCARACHA, que no es más que un delirio, que no hubo tal, y también protesto porque EL SOLTERO DE ORO haya tenido el mal gusto de robar el Diario Íntimo de su Prima y ahora lo esté ventilando. No es apto para menores, lo advierto, como tampoco lo que cuenta de la donación de sangre y… Es de mal gusto. Sencillamente. Ya hay una mujer que se ha expresado en este sentido en los comentarios, y creo que tiene razón. El semen es otra cosa, Sr. Soltero.

23 noviembre 2006

Heaven & Hell



Promotora Católica, S.A. está bajando enteros. El reajuste del nuevo Director Comercial Ratzinger genera incertidumbres en el mercado: y eso se paga. Ya bastante que jodieron a los accionistas con la supresión del Limbo. El Limbo era el cajón de sastre para acomodar a los tontos, que ahora no saben dónde meterse. No hay Ayuntamientos, Consejerías o Direcciones Generales suficientes para tanta morralla. La gente se los está encontrando botados en cualquier sitio: lo primero que se perciben son las babas del idiota. Luego ya tropiezas con el idiota mismo. Con lo fácil que era disponer de un Limbo: todo estaba muchísimo más limpio, y no costaba tanto.

Lo de acabar con el Purgatorio ya no se explica: una marranada con alevosía. Sí es cierto que las modernas tecnologías ayudan, y que con los Danone Activia irse pata abajo está al alcance del común. Pero sea como sea siempre quedará un grupo de estreñidos residuales para los que no quedaría más solución que el Purgatorio. Pero si este señor nos suprimió el Purgatorio, lo que les queda es reventar y punto.

El Limbo y el Purgatorio eran, sin embargo, residencias menores, y su eliminación no va a influir en el posicionamiento general del mercado. La verdadera reforma del negocio la ha planeado Ratzinger metiendo mano a los productos estrella de la Empresa: El Cielo y el Infierno. El nuevo Director Comercial ha dicho: A partir de ahora el Cielo y el Infierno serán únicamente estados de ánimo. Y aquí empieza el trabajo de la Wikipedia y de los blogueros, que deben explicar esto al pueblo llano (pueblo que, por cierto, está que se sube por las paredes). Algunos accionistas habían invertido años de austeridad, privándose de pecar, para que ahora les digan que el Hotelito de cinco estrellas La Gloria, lo tienen nomás en su imaginación. Veamos cómo funcionan los nuevos destinos del alma:

Llega un alma atribulada al Centro de Recepción St. Peter’s Hall y pregunta:

-¿A dónde voy yo, al Cielo o al Inferno?

-¿Usted cómo se siente?, le interroga el recepcionista.

-Pues fenómeno: ahora que me he muerto no tengo que pagar hipoteca, ni soportar las jaquecas de mi esposa, ni los berridos de los niños, ni los almuerzos de los domingos en casa de mi suegro, al que detesto.

-Ah, pues entonces usted SE SIENTE COMO EN LA GLORIA. Usted se ha salvado.

Y llega más tarde otro recién muerto y pregunta lo mismo:

-¿A mí dónde me manda, al Cielo al Infierno?

-¿Pero es que no se ha enterado? Ahora es según el estado de ánimo. ¿Cómo es el suyo?

-Pues verá, yo justo había terminado de pagar una hipoteca de 30 años, por fin tenía la casa en propiedad, dinero para gastar, mi mujer me dejó, a dios gracias, hace unos meses, y los chicos ya están cada uno por su lado. Justo el otro día conocí a una brasileña en un local… Y es entonces cuando me da el infarto. La verdad estoy jodidísimo por haber tenido que dejar todo eso, ahora que podía disfrutar…

-Ah, amigo: usted se siente muy jodido. ¿Verdad que le quema todo eso que me cuenta? Pues lamento comunicarle que a todos los efectos puede considerarse colocado en el Infierno. Tome este abanico para aliviarse de las llamas y a seguir jodiéndose.

Más de uno vamos a echar de menos el Cielo y el Infierno clásicos: El Cielo, esa llanura algodonosa, quizás salpicada con prados verdes con sus ríos donde jóvenes con sus barbas cantan a coro salmodias y jamty-jampty mezclado con jazz. Y el Infierno, vamos, el Infierno clásico es una delicia: lleno de cavernas coloradas, con la calefacción siempre a tope, y esas llamitas aquí y allí que te van quemando a trozos el culín.

Con este estado de cosas, mejor que el Islam lance una OPA. Mientras el catolicismo declina, el Islam se expande a ojos vista. Y es que las condiciones que ofrece en sus paquetes de viajes al paraíso son muy golosas. Si te presentas a terrorista suicida para matar niños de otra religión te prometen que nada más morir se te aparecen 72 ángeles femeninos para conducirte al paraíso. Y vamos a ver: ¿qué sucede luego con esos 72 ángeles? Porque si fueran para simplemente tocar el arpa la coña que hacía falta que fueran femeninos. Seguramente ese paraíso se parecerá a las escenas finales de cualquier película de Rocco Sifreddi, con el terrorista en un sofá mullido, y todas esas angelitas desvistiéndose de sus plumas para acariciarlo y darle gloria. Esperemos que el Gobierno no se oponga a la OPA: a mí se me está haciendo la boca agua.


19 noviembre 2006

Amores de cine

Semanas atrás nos sorprendimos al descubrir que Richard Gere no es en absoluto un galán del agrado de las mujeres de la blogosfera. Pero el tema desató una auténtica vorágine hormonal, y muchas voces se alzaron para reivindicar su particular modelo erótico cinematográfico. Por mi parte, prometí mostrar al mundo mis actrices preferidas. El trabajo de campo está culminado, he recopilado fotos y he actualizado la memoria emocional ligada al cine. Gracias a Internet, no sólo es posible recuperar el pasado, sino también interpretar el presente.

Hace muy poco nuestro amigo GEORGE publicó una colección de “torsos de infarto”, actores de cine que orgullosos muestran al mundo las excelencias de sus pectorales y abdómenes. Señores: ahora toca alegrar el ojo masculino. Al principio pensé hacer igual que George, una colección de torsos desnudos de actrices, pero la colección de glándulas mamarias quedaría grosera y, además, aquí no estamos en el Blog “EL MUNDO DEL BEBÉ”. Lo siento: para el que quiera contemplar ubres hay granjas vacunas que abren puertas los fines de semana. Mi colección se limitará a rostros angelicales. Y es que hablo de amores de cine, no de ponerse como una estufa: no se confundan.

Aquí está mi colección:
1982 Phoebe Cates (Paradise, Gremlins)


























1983 Jennifer Beals (Flash Dance)










1992 Jane March (El amante, El color de la noche)

























1994 Jennifer Aniston (Friends)





















2001 Kate Beckinsale (Pearl Harbour)





En la película “El color de la noche” el Dr. Bill Capa, psicólogo, en el preámbulo de una sesión de terapia de grupo, nos regala esta frase monumental:


“La relación romántica más importante de nuestra vida es a veces un síntoma de nuestra enfermedad. Hacemos las mismas elecciones neuróticas una y otra vez cuando escogemos una pareja”.


¡Cuánta razón tiene, Sr. Bruce Willis! Cuando una persona no nos gusta como pareja solemos achacarlo a que “no es nuestro tipo” o a que “no hay química”. Pero nadie sabe por qué tiene un “tipo” ni en qué consiste esa reacción “química”. Creo que el Dr. Capa lo ha explicado a la perfección. En el fondo es la teoría de la impronta. Somos como el patito que rompe el cascarón del huevo: lo primero que vea lo considerará su madre, y le da igual que sea una pata que una patata.

Nosotros estamos también condicionados por nuestra impronta romántica: en algún momento de la adolescencia o preadolescencia algún actor o actriz de cine nos impresiona, y sin saberlo ya hemos configurado nuestro “tipo” o nuestra fórmula “química”. A partir de ahí, quien no responda a esa impronta será repudiado: Yo te doy calabazas por el poder que Hollywood me ha dado.


Ahora lo tengo muy claro. Mi patata fue Phoebe Cates. Era 1982, yo tenía 18 años, recién llegado a la ciudad. Por primera vez iba al cine. Y apareció ella, en la película Paradise, esta jovencita de madre filipina y padre americano, de rostro y cuerpo casi perfectos, en la gran pantalla, en un escenario idílico de desiertos y oasis, bañándose desnuda bajo una cascada de aguas termales, retozando en bikini en los charcos. He vuelto a ver la película después de tanto tiempo y comprendo perfectamente mi neurosis subsiguiente. Phoebe es insuperable. Todas las actrices que me gustaron después, con raras excepciones, tenían los mismos rasgos. En esas fotos se puede comprobar, algunas de ellas parecen la misma. Y eso también ha pasado en la realidad. Me han gustado casi siempre las mujeres que respondían a ese patrón, a ese tipo y a esa química. A lo largo de tantos años he repetido una y otra vez la misma elección neurótica: con resultado imposible, ya que Phoebe Cates sólo hay una, y se casó con el actor Kevin Kline.


Los amores de cine son algo más que de cine. Mi fijación por FIBI me llevó hace años a ponerme en contacto con ella a través de su club de fans. Contaré lo que pasó en esa comunicación en un post posterior, ya que es mi propósito homenajearla publicando una colección de fotos de la película Paradise que yo mismo he tomado. En Internet hay muchas fotografías de Phoebe, pero no como las que yo he conseguido gracias a mi obsesión neurótica. Ella estará orgullosa de esas fotos. Así lo espero.

15 noviembre 2006

Y al tercer día resucitó


Érase uno como hijo de hombre que se encontró en la oscuridad lapidaria, lacerado en sus carnes y afligido en su espíritu. Respiraba el perfume de los óleos con que unas mujeres piadosas embalsamaran su cuerpo. Le llegaban de la lejanía exterior las plegarias y lamentos. Mas estaba muerto e insensible, atrapado en la opresión del sepulcro.

A los tres días sintió un picor en la entrepierna: ¿Acaso se me olvidó hacer pis antes de la muerte? Pero no. Era otra cosa porque al rato unas burbujitas de coca cola rebulleron en su corazón: Ajj: ¿A que va a ser que tengo ganas de resucitar? ¿Y si fuera eso?

Luego se convulsionó. Un torrente de dopamina desatrancó los vasos sanguíneos y expulsó a los primeros gusanos que habían acudido al festín. Se puso en pie, dejando rodar el sudario, y le gritó a las piedras: ¡Es preciso salvar a la humanidad! ¡Algunas almas claman por escuchar de nuevo la Palabra! Tomó impulso y, como si lanzara un penalti, chutó con la enorme bola de piedra que sellaba la tumba y salió al exterior:

-¿Pero dónde? ¿Dónde está la muchedumbre que me aclama? Joder: ¡vaya mierda de resurrección!

Vagó solitario por los campos de trigo y le pareció ridículo que se llamara mies a lo que simplemente era trigo, y del flaco. Al atardecer topó con una joven que trabajaba en un supermercado pesando la fruta. Al verlo medio desnudo, con ese tono de azul típico de los resurrectos, y con las carnes amoratadas por los latigazos creyó ver un fantasma e intentó huir. Él quiso retenerla:

-No temas, buena mujer. Que soy el Señor: el Señor Ingle, vamos, y acabo de resucitar de entre los bloggers.

-No me lo creo, tú eres un fantasma, es de lo que tienes pinta, y si de verdad eres de carne, déjame que te meta mano, para que así pueda creer.

Pero él le respondió quita, quita, que acababa de resucitar y ni siquiera sabía qué partes de su perfil funcionaban. Ni siquiera tengo películas favoritas, ni libros: ¡Pos bueno estoy yo ahora como para que me quieras folllar! Anda, anda: vete y cuéntales a todos que me has visto y que ya estoy de nuevo entre vosotros. Que me esperen en la montaña porque allí postearé de nuevo y podrán hacer comentarios.

-Eso sí, adviérteles que podrán comentar sólo los que tengan la señal del cordero, que es la identidad de Blogger, y que todo esto se hace para evitar a la Bestia.

Y la muchacha se fue entonces al pueblo, llena de gozo, y lo predicó como se lo habían mandado. Envió un SMS a su mejor amiga del instituto y ésta lo pasó a toda la peña. La amiga se llamaba Nüsh, que en escandinavo quiere decir “la nuez”, pero que en otras lenguas significa más bien “la anunciadora” o “la mensajera”.


NOTA DEL AUTOR: Tomé una decisión precipitada al dar por concluido el Blog. La muerte de Mantel me afectó demasiado (y también la de otros insignes espíritus como Rufus y Sulfur y Lola). Pero era preciso esperar a que pasara el duelo, y no lo hice. La reacción de todos ustedes, entrañables amigos, me colocó frente a un espejo distinto, que me reveló mi auténtica imagen: la de quien desea seguir pensando y compartiendo pensamientos. Estos últimos días me he sentido como un viejo con Altzheimer, como si el cerebro se hundiera en la inactividad. Definitivamente necesitamos comunicarnos. No basta con mirar al exterior y ver: es preciso explicar lo que sentimos. Los blogs personales son eso en definitiva: cada uno de nosotros se esfuerza por relatar a los otros su particular visión de la realidad. Cualquier suceso es posteable: a condición de que lo hagamos nuestro. No nos basta con lo que escriban los periodistas. Existen blogs profesionales a los que uno asiste como invitado de piedra: es inútil comentar, uno siente que a nadie le interesa lo que dejas escrito ahí, y mucho menos al blogger, que en este caso es pagado y lo único que espera es el sueldo a fin de mes. En los blogs personales existe un corazón detrás de cada perfil. También me he dado cuenta de que la identidad es imprescindible: no existe ningún placer en comentar anónimamente. Ha sido interesante morir y resucitar, porque ha servido para tomar consciencia de la relevancia de esta aparente inofensiva acción de bloguear.
No piensen que fue premeditado. No será este el primer blog que resucita. En mi caso era sincero el deseo de abandonar. Fue sincero el dolor de haberlo dejado. Y es sincero el deseo de volver: y este volver implica recuperar una suerte de felicidad de la que había disfrutado en seis largos meses. Les agradezco que me hayan mostrado la senda. ¡Hoy estamos de fiesta!

12 noviembre 2006

FINAL FELIZ DE ESTE BLOG


En este día, y en esta hora, el Blog de Johnny Ingle se da por concluido. Un blog no puede durar eternamente, y en esta semana se han dado las condiciones para el punto y final. Johnny Ingle nació en los mismos días que Edmundo Mantel, con vocación de camaradería y adulación: el perfecto alter ego. El blog del Sr. Mantel ha dado por terminadas sus publicaciones, y sin más ha demolido su estructura para dejar espacio a nuevas ideas. Amigos, la blogosfera debe ser dinámina. El Sr. Ingle echó tanto de menos al Sr. Mantel, que tras meditarlo en profundidad ha decidido que desea compartir lecho de muerte y vida eterna con el camarada Edmundo. Ha intentado volver a escribir, pero ha resultado imposible.

Se da por cerrado el blog y se extingue el avatar Johnny Ingle, que no volverá a postear ni a comentar con este nombre. Si en el futuro el autor tuviese ganas de regresar a la blogosfera, creará un nuevo personaje.

El autor desea darles las gracias a todos, queridos amigos, por los memorables momentos de felicidad, comentando y debatiendo con ustedes. Nunca antes había tenido la oportunidad de compartir ideas, opiniones y diversión con personas de tanta inteligencia y educación: y con tanta capacidad de afecto. No les olvidará, no obstante, y espera poder realizar visitas a sus espacios, aunque bajo otras formas y apariencias.

Johnny Ingle está satisfecho por todos aquellos que dijeron haber disfrutado con lo que leyeron, y pide perdón a todos aquellos que pudieran haberse sentido defraudados u ofendidos.

Hasta siempre, amiguitos (este sustantivo es muy de Falinda)! Recuerden las palabras de Freddy Mercury: BLOGS MUST GO ON!

EL AUTOR

08 noviembre 2006

Dignidad para la abuela



Cuando le llamaron se encontraba en el trabajo y le dieron el recado, era su padre, que viniese cuantos antes. Llegó todo amarillo, aparcó su viejo utilitario en una esquinita ridícula que alguien había dejado libre y subió a la segunda planta del edificio. Nunca había estado en el depósito, se perdió al principio, le pareció sucio, demasiado frío. Su padre y otros familiares aguardaban en la sala de espera. Se abrazaron. Sintió caer sobre la solapa de su chaqueta algunas lágrimas falsas. No comprendía muy bien cómo aquella anciana a la que durante su vida trataron peor que al gato (incluso le habían roto una cadera aposta), ahora, por el solo hecho de haber muerto, quedaba convertida en una santa cuyas virtudes no paraban de ensalzar.

Enseguida llegó el encargado y les dijo que podían pasar a reconocer el cadáver. No tenía malditas ganas de pasar por ese trámite, había desayunado media hora antes, su buen bocadillo de mortadela, lo soltaría todo, echaría las tripas, los muertos le daban asco, su abuela estaría arrugada y cubierta de escarcha, así la imaginaba, como la carne de congelador que su madre compraba para los domingos, carne de colita.

El espectáculo fue más crudo de lo que esperaba. El operario sacó el estante corredero y allí apareció, madre del cielo, aquella masa informe, sanguinolenta, un revuelto de sesos, qué asco, no era más que una tortilla, un sombrero aplastado, qué cosa, en el nombre de Dios, le había pasado a la abuela, parecía una hamburguesa, carne molida, picador Braun un dos tres, se le ocurrió. Tan sólo estaba entero el cráneo, agrietado pero indiviso, y lo más curioso... ¿qué diablos era aquello?, un agujero limpio, el hueso trepanado, un túnel de milimétrica precisión en la masa encefálica, aquel hueco de bala de gran calibre.

Cuando le explicaron cómo había ocurrido el accidente no se lo quiso creer, vaya muerte tan repugnante, él siempre había querido para su abuela un final digno, sin sufrimiento. Pobre abuela, pensó con rabia.

Sin dudarlo se desplazó al lugar del siniestro, reclamaría contra la empresa, la contrata que estaba haciendo las obras de la autopista, los fundiría a pleitos si hacía falta. Esos tenían dinero de sobra y les daría igual, pero él debía redimir el honor de la abuela.

Se paró sobre el arcén, las obras seguían en marcha, nada había pasado, él las veía todos los días mientras cruzaba el desesperante atasco del desvío que se habían inventado para poder excavar el túnel. Las palas y los camiones abrían pasadizos igual que topos, horadaban piedra muy dura. Entonces sufrió un espasmo, vio la enorme máquina amarilla, la retroexcavadora con su diente afilado, el agudo martillo para romper la piedra. ¿Por qué tendría la abuela la manía de salir a pasear por ese lugar tan peligroso? Pero no, ahora comprendía otra cosa, vio el letrero que destacaba en blanco sobre el fondo negro del brazo articulado de la máquina, la palabra VOLVO, en mayúscula, la palabra mágica, él siempre había sido un admirador de Volvo, un enamorado, había pasado horas y horas de su infancia contemplando los coches en el escaparate, y ahora comprendía que su abuela había tenido una muerte de lo más honrosa.

Se despidió de ella con el corazón en paz, la imaginó paseando por el carril de peatones, acercándose inocente al socavón. Vio elevarse el brazo articulado del martillo con la palabra Volvo en el lateral, vio la aguda punta de acero alzarse majestuosa en el aire, caer en picado sobre el moño recogido de su abuela, traspasar el cráneo limpiamente, dejarla hecha un orinal, un sombrero aplastado, con el agujero preciso de la herramienta. Una muerte de lo más digna, lloró emocionado.

04 noviembre 2006

Y los camellos nadaban debajo de las fuentes



En esa época yo trabajaba de camillero para una empresa de ambulancias. A tercer día recogíamos de su casa a un anciano que necesitaba diálisis. Era un viejo edificio habitado mayoritariamente por estudiantes. Fue así como Nerea y yo nos conocimos.

Después de tantos encuentros fortuitos en la estrechez de la escalera, las conversaciones fueron apareciendo con naturalidad. El hábito me hizo perder el miedo: ella era guapa y yo tímido, la perfecta correlación de fuerzas.

Supe que era de Lanzarote, como lo atestiguaba su abundante cabellera rizada, su tez oscura y los ojos imantados. Una diosa romana, la bauticé, y comencé a escribirle poemas que jamás me atreví a mostrarle. Fueron muchos meses de atrocidad, de amor incendiado y deseos sólo imaginarios. Porque, en mi ingenuidad juvenil, yo no encontraba la forma de poner remedio a ese tormento.

Se lo dije y me sonrojé hasta el remordimiento. Era terrible que me mirase de aquel modo: tan inexpresivo. ¿Qué quería decir? ¿Qué la olvidase para siempre? Que si quería ir al cine. Se trataba sólo del cine, algo tan fácil. Y regresé a casa con la cabeza minada de pájaros. Porque ella me dijo que vale y ya está.

Estuvimos saliendo tres o cuatro meses. Buenos amigos, tan sólo eso. A mí me era suficiente: para qué desear más si ella estaba conmigo, aunque fuera un par de veces a la semana, algunas horas. Ella disponía de coche y paseábamos. La fui conociendo y resultó una chica inesperada, bromista. No era dulce como la imaginaba, aunque en estos casos uno se niega a reconocer la realidad. Simplemente, estaba enamorado. En silencio, es verdad.

Era un Volkswagen desvencijado, las puertas no cerraban bien y no tenía luces intermitentes. Nerea llevaba siempre plátanos en la guantera. Cuando tenía que adelantar, abría la ventanilla y le lanzaba uno al conductor del otro vehículo: para avisarle de la maniobra. Tenía miedo de dejarlo en la calle, que le robaran o algo así. Se quedaba indecisa, sin querer abandonarlo del todo, y finalmente le quitaba los neumáticos y se los subía apartamento. Los guardaba en el congelador hasta la mañana siguiente. Era muy limpia, hasta la exageración. Solía desayunar dos tubitos de pasta dentífrica, y luego se cepillaba cuidadosamente los dientes con mermelada, para evitar las caries, decía. En una ocasión le pedí permiso para ir al baño y me asusté porque en la bañera había un enorme plátano amarillo que me miraba con ojos lascivos. Le pregunté qué significaba y me respondió que no me preocupase:

-Es el casero, está así enfadado porque le debo dos meses de renta.

En una ocasión se le averió el coche y tomamos un taxi. Nerea se enfadó mucho cuando el taxista, que era guapo, pretendió cobrarnos el trayecto. Ella dijo que jamás viajaba por dinero, que lo hacía por amistad, pero como el taxista no se bajaba del burro, le arrancó el freno de mano y se lo llevó a casa para atusar a las moscas.

Llegó un momento en que tuve necesidad de aclararle mis sentimientos a Nerea. Aproveché el día de los enamorados y le hice llegar un esplendoroso ramo de rosas. Eran mi declaración: la frase justa que no podía decirle a la cara.

- ¿Te gustaron?, le pregunté.

- Hubiera preferido una corona de ratones degollados, me atajó ella.

Tuve ganas de aplastar el ramo y marcharme. Pero lo pasé por alto porque salir con ella era mejor que nada. Una tarde me presentó a una amiga como si yo fuera su novio. Eso me dejó perplejo. Después de todo, pensé, las relaciones de pareja casi siempre son tácitas.

Y comencé a desearla con más fuerza. Un domingo, después del cine, ya en su habitación, le pregunté que para cuándo tenía pensado que hiciéramos el amor. Se le cerraron los ojos. Se le abrieron, miró las alas de un insecto que se había posado en la bombilla, y dijo:

-Cuando los camellos naden debajo de las fuentes.

Pero lo dijo sin rabia, y eso a mí me agitó más, y me predispuso al deseo, que arrastré durante años. Ella se fue de la isla, y no me dejó más señas que el rastro de una obsesión.

Siete años después, cuando ya trabajaba en la Administración, tuve que viajar a Lanzarote para asistir a un seminario. Lanzarote es un paraíso árido, un jardín de blancuras y asperezas de piedra volcánica, como muy bien supo entender el fallecido César Manrique. Me retraté en La Laguna de Janubio, un espejo de olivina que contrasta con la negrura basáltica de la arena. Ahí está la foto. Por aquella época acababan de abrirse al público, dos obras emblemáticas que Manrique dejó diseñadas antes de morir: el Jardín de Cactus y el Jardín de los Camélidos. Aproveché el fin de semana para visitarlas. El Jardín de los Camélidos es un parque acuático con espectáculos animados, no muy diferente de cualquiera de esos lugares donde delfines, focas y pingüinos son admirados por niños y grandes mientras nadan, pasan por el aro, o comen sardinas. La originalidad del Jardín de los Camélidos es que todo eso lo hacen con camellos y dromedarios, animales típicos de Lanzarote.

Y en efecto, allí estaban, unas frescas cataratas en medio de un roquedal de basaltos, entre palmerales, una larga piscina de un blanco muy puro, y…

-¡Y los camellos nadaban debajo de las fuentes!

Me estremecí al recordar la frase de Nerea, mi obsesión, al contemplar la inverosimilitud de aquel espectáculo animal. ¿Camellos nadando? Los turistas aplaudían a rabiar. Jaja. Era insólito. Una idea muy conejera. Había una guapa monitora que guiaba a los alemanes por entre las piscinas y palmerales y mis ojos se clavaron en ella. Era el destino. Cosa de brujería. Nerea, al fin Nerea: ¡Y los camellos nadando debajo de las fuentes!

-¡Johnny! Exclamó ella al reconocerme.

Dejó por un momento a los turistas y hablamos con entusiasmo que, ahora sí, ella compartía con sinceridad. Era otra mujer, más alegre, con más chispa: una mujer dulce. Algo la había cambiado. Sí. Y me invitó a tomar una cerveza. Nos acercamos al bar. Por el camino le recordé que ella me había dicho que haríamos el amor cuando los camellos nadasen debajo de las fuentes. Se destronchó de risa y coquetería, y me acompañó prometedoramente de la mano hasta las mesas. Allí había dos niñitas morenas preciosas y a una señal se acercó el camarero:

-Te presento a Teo, mi marido. Y estas dos lindezas son Minerva y Afrodita, mis hijas.

01 noviembre 2006

La mudanza (un cuento terrorífico, jaja)




Llevaban instalados casi un año en las nuevas oficinas y todos estaban contentos. Quizás por eso nadie se había percatado de que el contable, a lo largo de todo ese tiempo, jamás se había presentado para ocupar su mesa.También es cierto que el licenciado Mendoza se entregaba tanto a su tarea, tanta dedicación le profesaba a su computadora, que normalmente pasaba desapercibido. No perdía el tiempo hablando con nadie, y sólo a las cifras dedicaba alguna vez sus escuetos diálogos: esto no cuadra, dónde estará el gazapo, ahora la conciliación...


Lo raro es que los balances y los informes financieros seguían llegando puntualmente al ordenador del jefe; pero físicamente, ahora se daban cuenta, el contable no aparecía. ¿Dónde carajo se mete el licenciado Mendoza? Que lo llamaran a su casa, podría estar enfermo. Que se dieran una vueltecita por el gimnasio. Pero en casa sólo respondía el contestador, y los padres dijeron que de un día para otro esperaban que su hijo hiciera vida autónoma, que ya no apareciera más a la hora del almuerzo, con la ropa sucia bajo el brazo, como llevaba haciendo desde no se sabía cuándo. Ellos creían que por fin el muchacho había dejado de necesitarlos. En el gimnasio tampoco les dieron noticia, incluso habían roto su ficha porque ya no aparecía nunca.


Después de una semana de pesquisas lograron desvelar el misterio. Los días de mudanza el contable había bajado al archivo del sótano, a husmear en unos listados. Se pasó allí algunas mañanas enteras, porque descubrió un descuadre y quería subsanarlo. En realidad se encontraba muy bien en aquella oscuridad, sin que nadie le molestara. No se dio cuenta de que cerraron la puerta con llave cuando el último camión de la mudanza arrancó en el patio. Tampoco le preocupó esto, porque ya había decidido quedarse a dormir allí, para adelantar trabajo. Y cuando corrigió el descuadre decidió que se mudaba definitivamente, que en la lobreguez del sótano sus neuronas digerían mejor los dígitos, redondeaban decimales sin dificultad, detectaban duplicidades sin el menor esfuerzo.


La comida fue un problema al principio, hasta que descubrió que podía alimentarse con la celulosa del papel pijama que utilizaban para la vieja impresora matricial. Había auténticas torres de ese papel en los anaqueles del archivo. Los primeros días conservó el hábito de tomar desayuno, almuerzo y cena; luego encontró más cómodo ir masticando el papel poquito a poco, mientras trabajaba en sus asientos, de esa manera no lo encontraba tan reseco. A última hora de la tarde lo vencía el agarrotamiento. Entonces aprovechaba el ritmo del gimnasio que había justo al otro lado de la pared y se hacía él mismo un par de tablas dinámicas y levantaba pesas valiéndose de dos viejas sumadoras mecánicas que estaban apiladas entre los trastos.


Cuando al cabo de un año echaron abajo la puerta del sótano lo encontraron radiante: acababa de practicar un asiento en la cuenta de provisión para inversiones que le había costado muchos días. Sus compañeros se asustaron al verlo, porque con la oscuridad el azul de los ojos se le había vuelto fosforescente. Al jefe no le hizo gracia aquella extravagancia. Penetró en el viejo archivo y reprendió al contable, qué demonios estaba haciendo, todos preocupados, ¿no entendía? Era un irresponsable, aunque trabajaba como ninguno no había razón, caramba, que lo entendiera. "Licenciado Mendoza, haga el favor de venirse de una vez a las nuevas oficinas, y abandone la pendejada de vivir en esta cueva de ratas". El licenciado sólo se atrevió a protestar muy calladamente, que disculpara, don Fulgencio, pero que por favor, le dejara un último asiento nada más, es que le faltaba...


Al cabo de una semana de salir del encierro, el contable experimentó una crisis. No se acostumbrada a la borrachera de luz de su nuevo despacho, lo tenía desquiciado, apenas podía leer los dígitos en la pantalla de la computadora. Todo fue hartarse un mediodía y enviar a todos los compañeros un correo que decía: “Estoy hasta el gorro de hojas de cálculo; me voy a la calle a mirar yogurinas”. Fue como una sublevación. Se quitó la corbata y la ató a los tiradores del armario donde guardaba los balances. Salió a la rambla y empezó a pasear fijándose en los culos de las quinceañeras. En la acera de en frente había un instituto, y era justo la hora de la salida. Caminando así por la avenida, de espaldas al tráfico, ensimismado en la contemplación de las escolares, era un blanco perfecto. Iba tan absorto que no escuchó el zumbido sordo del autobús de línea que pasó a su lado con una ligera turbulencia. Era un autobús nuevo, con su reluciente luna del frontal y los enormes espejos retrovisores que le colgaban de los laterales como orejas de elefante: el arma perfecta para matar transeúntes. El licenciado Mendoza sintió el soplido del retrovisor contra su cráneo, pero cuando se vino a dar cuenta era ya incluso tarde para pronunciar unas últimas palabras de protesta. “Hay que joderse —dijo el jefe cuando se enteró del accidente—, ¿ahora quién coño se encarga del balance trimestral?” Los compañeros fueron algo más respetuosos. Estuvieron velando el cadáver hasta que se lo llevaron al cementerio, y como homenaje le colocaron dentro del cajón una calculadora. El jefe preguntó por su familia y cuando se enteró de que no estaba casado ni tenía hijos respiró aliviado: por lo menos se ahorraban el trámite de la pensión.

29 octubre 2006

Más bruto que un camionero

En el antiguo servicio militar obligatorio no había soldados valientes y cobardes, sino listillos y bobos solemnes (adjetivo inteligente de Rajoy). El listo se escaqueaba, mientras el idiota “chupaba”. A mí me tocó chupar. Fui tonto del nabo al declarar que tenía carnet de conducir. Tú, como eres abogado, vas a ir destinado al Tribunal Militar. Pero en lugar de entregarme un Código de Justicia me pusieron al mando de un viejo 127 negro, el coche oficial del coronel. Así que era un abogado que hacía de chófer y de camarero. Tenía que llevar todos los días las tacitas de café a los comandantes y tenientes, a la vista de los que paseaban por la calle. Las niñas preadolescentes se reían de mí. Defender la bandera con tacitas de porcelana no parece de recibo.

Lo único bueno es que el Ejército me dio la oportunidad de sacar el permiso de conducir para camiones, y lo aprobé. Cuando me licenciaron y me enfrenté de nuevo al mercado de trabajo, la cosa estaba tan mal que, como llevaba varios meses muerto de asco (y de hambre) presenté el currículum a una empresa transportista (ocultando que era abogado) y me dieron el empleo.

A fuerza del trato con mis compañeros, se me empezaron a pegar los usos y costumbres del gremio: los eructos con sabor a ajo, los escupitajos verdes en el suelo de los bares, subí algunos kilos y le cogí aprecio al aroma de la axila. También me volví perezoso para la ducha y, en fin, estuve en peligro de acabar en el matadero: por cerdo. Y eso en apenas dos meses, que fue lo que me duró el empleo.

De mi etapa de camionero tengo una anécdota, que no me canso de contar y que he publicado escrita (para mi escarnio) en más de una revista de escaso pedigrí. La historia es ésta:

Después de tomar el desayuno en la cafetería de costumbre, cogí de nuevo el camión y enfilé la carretera. A los dos kilómetros empecé a escuchar los ruidos, como si algo se moviera en el interior de la cabina. “Algún panel suelto”, pensé.
No volví a prestar atención al asunto hasta que pasados unos cuantos enlaces se produjo un trajín más fuerte a mis espaldas. Era peligroso descorrer la cortina, porque hubiera perdido la visión de la carretera, pero lejos de imaginarme algo malo me puse a recordar aquella película que habían puesto hacía poco en la tele. Un camionero paraba en un bar y, al reemprender el camino, se encontraba con la grata sorpresa de que la joven camarera –que no debía de tener más de dieciséis años y estaba buenísima– se había fugado escondiéndose en la cabina. Como era de suponer, una fogosa aventura de amor y sexo surgía entre el protagonista y la chica.

Con esta historia en la mente, la fantasía se fue apoderando de los siguientes tramos de la carretera. Los ruiditos de la cabina se convirtieron en los voluptuosos estiramientos del cuerpo de una dulce muñequita, que seguramente me sería entregado como premio cuando hiciera la próxima parada, para descansar en un motel.
Cuando ya habían transcurrido varias horas, en las que mi supuesta amante se fue transfigurando sucesivamente de rubia a morena, de morena a pelirroja, y de pelirroja a mulata, empecé a dudar de mi suerte. “Esas cosas sólo pasan en las películas”, pensé. A pesar de todo, mi excitación había crecido tanto que me juré que no me importaría la apariencia de quien se hubiera encerrado dentro de la cabina: aunque fuera una señora madura y gorda, tendría que pagar en carne el precio del transporte.

En los últimos kilómetros antes de la parada me preparé para recibir el premio. Los ruidos eran cada vez más insistentes. “La pobre debe de tener ganas de ir al baño”, pensé. Pero la explanada del parking estaba allí. Estacioné el camión con impaciencia y, ya con el motor apagado, descorrí la cortinilla de la cabina. Un perrito callejero me miró asustado y con ojos lastimosos. Habían sido mis compañeros, seguro, bromas como ésta solían gastarlas a menudo.

El caso es que el mal ya estaba hecho. Aquello no podía terminar así, llevaba ocho horas al volante torturándome con las más calenturientas fantasías, de modo que le devolví al animal la mirada lastimosa y le dije: “Lo siento, perrito, hoy no es tu día...” Luego fui a la recepción del motel y pedí una habitación con cama de matrimonio.

PS: Como satisfacción de la demanda de Rita Peich en el post anterior, y como prueba irrebatible contra Valeria de que el color butano sí es una buena idea para los gallumbos, aquí les presento esta foto que podría titularse “Alcampo también da vida a tu entrepierna”. La microfibra es perfecta. Quien la haya probado no querrá volver al algodón…

25 octubre 2006

En busca de mi primer empleo



Todo el mundo ha pasado momentos ridículos buscando empleo. Cuando terminé la Universidad las cosas no marchaban como ahora. La economía no tenía calentura ni se le veían ganas. Pero yo estaba dispuesto a lo que fuera para independizarme y dejar de vivir a expensas ajenas.

Intenté introducirme en la Administración a la vieja usanza del enchufe y la recomendación. Pedí entrevista con una Directora General y le expuse mi situación y disponibilidad, es decir, que estaba sin empleo y dispuesto a entregar mis favores. Me advirtió que de momento sólo podía meterme de ordenanza, y que tendría que acostarme con ella al menos dos sábados.

-¿Y por qué precisamente sábados?, le pregunte.

-Es que soy un poco antigua.

Aquella señora era vieja pero no desagradable. Y casi estábamos cerrando el trato cuando me acordé de preguntarle si tenía la costumbre de dormir con las ventanas abiertas o cerradas:

-Cerradas, dijo ella.

-Pues entonces no podrá ser, repliqué: Por mi alergia.

Lo siguiente que me surgió fue participar en un proceso selectivo para futuros Jefes de Sección del Hipermercado Alcampo, que iba a establecerse en Tenerife. Nos citaron a todos los candidatos en El Puerto de la Cruz, en un hotel de lujo. Hubo una primera prueba individual de test psicotécnicos de la que supongo que salí airoso, y una segunda vuelta en la que nos sentaron a todos en una mesa redonda y nos plantearon el supuesto de que éramos astronautas con la misión de tripular una nave espacial hasta la Luna, y que la nave se averiaba. No sé si esto que digo tiene lógica. Realmente era todo muy absurdo: ¿Alcampo pretendía abrir hipermercados en La Luna? Decidí mantenerme callado del todo, mientras los demás se acaloraban por tomar la palabra en aquel infantil debate. Pensé que si Alcampo buscaba directivos serios y responsables, valorarían mi serenidad y comedimiento.

Lo cierto es que no me tuvieron en cuenta. Yo era tan idiota en aquella época que cometí la torpeza de llamar al seleccionador para preguntar por qué me habían descartado:

-¿Cómo quiere que pongamos de organizador a una persona que no habla en absoluto?

Entonces me di cuenta de lo ingenuo de mi comportamiento y de lo verde que estaba para buscar trabajo. Entendí que del debate ellos pretendían sacar a una especie de gallo de corral: alguien capaz de darle un grito a los demás e imponerse. Ja. Qué pena.

Cuando ahora miro para detrás, lo que no entiendo es cómo coño se me ocurrió que yo podía ser un Jefe de Sección de Alcampo: por ejemplo, el responsable máximo de las carnes, o de las frutas y verduras, o de los vinos y refrescos. ¿Qué clase de profesión es esa para un universitario?

De todas formas, si lo pienso bien, no hubiera estado mal ser el Jefe de Sección de lencería femenina. En ese puesto podría haber desplegado mi natural inclinación: y es que cada vez que voy de compra con mi carro y paso de los yogures a los quesos y de repente, sin transición, me doy de morros con las bragas y los sujetadores, entro en una especie de éxtasis. No puedo evitar darme un paseo entre las frondas de perchas ataviadas de modelitos de todas las especies, colores y tallas. Espanto un poco a las marujas, que interpretan como intrusismo lo que no deja de ser veneración e interés. Últimamente las prendas se han vuelto muy alegres y llamativas, con diseños limpios, sin encajes, de colores violentos como el naranja o el azul. Me imagino de Jefe de Sección de lencería de Alcampo, aprovisionando las estanterías, los colgadores, alisando los desórdenes de las impacientes compradoras. Me imagino asesorando, recomendando modelos, calculando tallas por la observación directa de las anatomías. Buaj. Igual me lo perdí.

Me pasa con frecuencia, siempre que voy a pasar el carro por la caja, que delante de mí hay una señora que lleva en la mano alguna tontería, como una bandeja de cruasanes, y un par de bragas moradas y sujetadores de copa C o superior. Yo creo que se alimentan más de la lencería que de otros posibles víveres. Las mujeres idolatran la lencería, y es verse en un hipermercado para incurrir en la tentación. Yo las entiendo, porque últimamente tengo también el vicio de meter en la cesta un par de calzoncillos de color butano y casi me siento mal el día que me salto esa norma. Eso sí, por cada calzoncillo nuevo que entra en la cajonera, uno viejo se va a la basura: y es que el centrifugado y la secadora acaban con la suavidad de la microfibra y la convierten en aspereza de césped de tercera división.

En fin: que en los hipermercados se mezclan en el carrito de la compra mercancías incompatibles. Hace unos años, luego de cargarme con toda suerte de alimentos, me encontré con los neumáticos en oferta y metí dos en el carro. Una vez en casa, cuando fui a poner el entrecot de ternera en el asador, me di cuenta de que había como una inscripción. Me fijé mejor y, efectivamente, estaba claro: Ponía exactamente “Firestone 135 R13”.

21 octubre 2006

Hombre rico hombre pobre

Esta semana se ha celebrado el Día Mundial de la Pobreza. Tengo una gran curiosidad por saber cómo se gestiona esto de los Días Mundiales, quién decide el calendario oficial de eventos, y si todos los días están ya copados o hay sitio libre para el Día Mundial de la Ranita San Antonio. El Día Mundial del Blog ya existe, y que me aspen si le encuentro sentido. Debe de ser un montaje de las agencias de prensa: un comodín para llenar páginas de periódicos o minutos de telediarios cuando no disponen de noticiones tipo preñez de una princesa.

Hoy mismo se celebran en España cientos de concentraciones para conmemorar la pobreza. EL MUNDO DIGITAL embellece su portada con una foto de “ejemplo de pobreza” en la India, donde figuran dos jovencitas de coloridos trajes azul y fucsia y tres niños que muestran sus barriguitas infladas.

El SR. SULFUR nos anunció esta semana su intención de consagrarse al auxilio de los desfavorecidos. Se trata de un post memorable, una tesis doctoral para recibirse de blogger cum laude. Recomiendo su lectura, antes de que se nos marche en misión solidaria. Madres Teresas del mundo: yo os admiro. Sin embargo soy cobarde y albergo el gen egoísta que me impide añadirme a la cruzada. Esta labor humanitaria siempre quedará como privilegio espiritual de unos cuantos: si todos los habitantes de los países ricos nos trasladamos a África en bloque para ayudar a los pobres, nos vamos a zampar el poco pan de que disponen y les hundimos el barco.

No voy a salir a la calle a ninguna manifestación, ni a leer ningún manifiesto contra la pobreza: para hacer eso hace falta ser pobre de espíritu, lo que equivale a limpiar la cuenta corriente dejando sólo lo imprescindible. Casi todas las personas que acudirán a esas concentraciones podrían donar a los pobres la mitad de sus salarios, y no lo hacen porque están en juego sus televisores planos y sus ADSL, instrumentos imprescindibles para mantenerse informado y llevar a cabo un activismo responsable a favor de la pobreza (he dicho bien, a favor, no en contra). Para no incurrir en el vicio de la incongruencia (el peor de los vicios) me limitaré a aceptar de buen grado la carga fiscal que me corresponde, y que los gobiernos se pongan las pilas. Si hace falta contribuir más, yo no soy de los que se quejan por los impuestos.

Los países "desarrollados" manejamos un concepto de pobreza fabricado a nuestra medida y para nuestros intereses. Si no tuviésemos el punto de comparación, el contraste con esas otras formas de vida de los que calificamos de "pobres", no podríamos sentirnos ricos y, por tanto, satisfechos. Y vivir en este estado de riqueza está conduciendo, por ejemplo, a cuatro millones de depresivos en España, sin ir más lejos. Y otros tantos de obesos.

La solidaridad es necesaria. Las personas que entregan su vida a labores humanitarias son dignas de admiración. Pero deberíamos ser menos arrogantes y no considerar pobres a personas simplemente porque no usan televisores ni Mp3 ni microondas ni se limpian el sarro cada seis meses. Todo eso forma parte de una cultura: una cultura que quizás nos esté matando por otras causas que no sean la desnutrición: tal vez nos estemos matando por SATURACIÓN. Saturación alimenticia, saturación informativa, saturación lúdica, saturación sexual. Cualquiera de nosotros, hombres ricos del mundo, podemos reventar de colesterol, de estrés, de aburrimiento, de insatisfacción. No nos basta con comer bien, tenemos que embostarnos en restaurantes finos. No nos basta que el televisor se vea correctamente, necesitamos que sea plano. Y no nos basta con que gane el Real Madrid para estar contentos, porque si el Barcelona también gana seguiremos jodidos. En suma: somos pretenciosos. Ricos y pretenciosos.

De pequeño viví en un ambiente rural profundo, en condiciones equiparables a los de los actuales países más pobres. Para yo poder nacer tuvo que morir una gallina. Mi madre me dio a luz en el suelo, de cuclillas, sobre un saco de arpillera, sin hospitales ni médicos. Mi primera cuna fue una canastilla de las que usaban para empaquetar los plátanos. Mi biberón era una botella de cerveza (rellenada de leche con gofio) con una mamadera de cabrito. Vivíamos en una casa de 40 metros cuadrados, cuyo techo chorreaba como las cataratas del Niágara, sin luz eléctrica y sin baño. Los colchones eran de paja y las sábanas de saco de azúcar cubano. La renta per cápita era cero, vivíamos de los animales y de las huertas. Sin seguridad social. Hasta los seis años no vi un médico. Con frecuencia me hacía heridas incisas profundas de cuatro centímetros que mi madre curaba aplicando directamente un esparadrapo, con todo el adhesivo sobre la llaga, sin gasa ni puntos ni nada. Cuando curaba me aplicaban un chorro de gasolina para que se desprendiera el pegamento. Por Reyes nuestra hermana mayor nos recortaba las fotografías del catálogo de juguetes de Galerías Preciados: y eso era todo. No pasé hambre, pero si malnutrición: esa barrigona que ven en la foto es por falta de proteínas, igual que los niños indios que aparecen hoy en la portada de El Mundo Digital.

Mi madre pudo morir en el parto. Yo pude morir de cualquier infección. Sin embargo el destino me reservaba el privilegio de abandonar la condición de niño de “ojos borrosos atosigados de moscas” (palabras de Sulfur) para convertirme en hombre rico que vive atosigado por los incidentes de los dispositivos electrónicos y por las terribles tragedias desparramadas por los medios informativos, apto para reventar de estrés el día menos pensado. Hay que joderse, qué alivio, podría pensar en los últimos segundos de vida.

Lo paradójico es que yo, de pequeño, aunque encajaba perfectamente dentro de los parámetros que actualmente consideramos como pobreza extrema, no sufría ni era en absoluto infeliz. La pobreza debería contemplarse con otros ojos y menos prejuicios. No es tan importante la distinción entre hombre rico y hombre pobre. Habría que hablar más bien del hombre absurdo y del hombre lógico. Del hombre insostenible y del sostenible. Del hombre infeliz y desesperanzado y de ese otro hombre en el que todo es esperanza, porque nada tiene, excepto que está vivo y puede continuar viviendo.

Hace unos años pusieron un documental en la tele sobre la vida de un hombre de una tribu africana no contaminada por la globalización. Todo lo que tenía que hacer era levantarse cada día, salir en su piragua y pescar en el río un solo pez. Regresaba a la aldea y comía con su familia. Dormía. No parecía nada aburrido: ¡Y era tan simple y tan eficaz! No dejo de meditar en ello. Nosotros, los hombres ricos, nos apresuramos a descalificar a ese indígena como “pobre de solemnidad”, pero su vida es mucho más racional, lógica y sostenible y feliz que nuestras complicadas e ingobernables vidas occidentales.

No digo que esté dispuesto a renunciar a lo que soy para convertirme en un hombre con taparrabos que sale a pescar con su piragua y su lanza. Pero envidio a ese hombre sencillo y sostenible. Y me apiado de mí, engendro de la tecnología y el desarrollo económico. Y propongo una reflexión: ayudar a ser feliz a quien no lo sea, pero no ayudarlo a que se convierta en uno de nosotros; no tener compasión ni pena por esos niños indios “pobres” que aparecen en la foto de El Mundo Digital. Yo fui como ellos y era feliz correteando por los prados, descalzo (no llevé zapatos hasta los seis años, y me encantaba), jugando a ser vaca, revolcándome y comiendo yerba de verdad. Si alguien piensa que tener WC es imprescindible, ah, ¡entonces es que no ha probado a deponer en una ladera de montaña al aire libre, con toda la brisa del Atlántico pegándole en las témporas!

Salud y felicidad para todos. Y a la tecnología, a la información y al estrés ¡que les den por el saco!

14 octubre 2006

El pensionista Richard Gere





La tarde que conocí a Richard Gere yo tenía apenas 18 años y me encontraba sentado junto a mi hermana, un año mayor. El astro del cine también estaba en su silla, pero él con Debra Winger desnuda y cabalgando a buen ritmo sobre su entrepierna. Era una escena de sexo explícito escandalosa, excitante tal vez, pero inadecuada para un adolescente en presencia de su hermana. Me la debes, Richard Gere, esa terrible vergüenza.

A partir de “Oficial y caballero” el Richard se convirtió en el galán de Hollywood por excelencia. Decían las entendidas que estaba bueno como para que con su churro mojara chocolate en tu taza, y la fama iba en aumento. El paroxismo llegó con “Pretty Woman”. En esos momentos Julia Roberts estaba saliendo del cascarón, tiernecita y delicada. El mejor bocado para un Richard Gere melenudo que con el aplomo de la experiencia ya se paseaba más que molón por los platós. Julia bordó tanto el papel que, a pesar de que el guión ponía que era puta, el mundo entero la dio por princesa. Cuando el galán la rescató, subiéndose al balcón con una rosa roja, millones de mujeres se sintieron prostitutas-cenicientas y desearon con furor que un pletórico Richard Gere les cayera del cielo sobre sus camas y las poseyera por la eternidad.

Yo qué voy a decir: qué envidia, qué envidia.

El Richard comenzó a madurar. Era alto, tenía el pelo liso y le sentaban bien las canas: un claro objeto de deseo para las mujeres. Y para los hombres un claro objeto de envidia. Cuando a uno comenzaban a atormentarle las nieves del tiempo, y las sienes osaban platearse, cualquier comentario femenino era más o menos: “Pues un hombre con canas es muy interesante”. Claro: ellas siempre pensaban en el alto y garboso Richard Gere, con sus melenas blanquecinas rescatando a la puta Pretty del balcón del lupanar, con la rosa atravesada en los morros: divino.

Así que han sido muchos años de rencor hacia el Gere. Por su lado pasaron otras estrellas fugaces, como Kevin Costner, que aunque bailó con lobos y nos mostró en pantalla su culo blanco que arrancó grititos a las adolescentes, se quedó calvo en un suspiro y no pasó a la historia. No causó estragos, como lo hizo Richard Gere durante una década. El Richard se convirtió en un mito: una especie de actor semental al que le iban entregando, por riguroso turno de aparición, las actrices más descollantes, que él desvirgaba cinematográficamente y las añadía a su inventario de polvos de celuloide.

En 2001 protagonizó “Dr. T y las mujeres”. Se le notaba que ya no era pescadito fresco. Por suerte mantenía su abundante pelazo, pero eso sí, ya prácticamente blanco. Y lo emparejaron con Helen Hunt: una actriz que siempre juzgué interesante y simpática, pero seguramente poco sexy, y algo rara, con una nariz que serviría para cocinar sopa de zanahoria. Qué extraña pareja: Richard Gere y Helen Hunt. Una actriz de segunda fila encamada con el galán por antonomasia: qué suerte diría ella. Qué fiasco, cuando leyó el final del guión. Fue una humillación. Nada de final feliz. Richard Gere, tal y como estaba acostumbrado, la pidió en matrimonio: ¡pero ella le dio calabazas! Yo pensé: ¿Acaso Hollywood está perdiendo la chaveta? ¡Pero cómo se le ocurre a esa chica decirle que no a Richard Gere! ¿Pero es que no se da cuenta de que es el mismísimo Richard Gere, coño, el que rescató a Julia Robert subiendo al balcón? Este mundo está empezando a volverse loco, porque si al Richard Gere le dan calabazas, ¡qué puede uno esperar!

Ahí comprendí que, al final, Richard Gere comenzaba a ser destronado. Era la decadencia. Estaba viejorro. Las actrices lo rechazaban por puro asco.

La humillación siguió adelante. En 2002 se rueda “Infiel”. Esta vez lo ponen de casado con Diane Lane, que también madurita pero no acabada. A Richard lo sacan con unas gafas horribles, le atribuyen un carácter débil y penoso, y la Diane le pone los cuernos con un joven latino musculoso la mar de buenorro. Jah, me dije, en otros tiempos a Richard le hubiesen dado el papel de guaperas que tienta a la casada Diane Lane, sin embargo lo ponen de cornudo, cabrón, para hablar más claro. Este es el final. Pobre Richard.

El viernes pasado estrenaron en Canal Plus “Shall we dance”. Richard Gere es un abogado aparentemente aburrido, casado con la también viejorra y fea Susan Sarandom (que ni de joven era guapa ni sexy). Un día, regresando a casa en el tren, ve en la ventana de una academia de baile a Jennifer López, que está monísima, con su carita de latinaza y su culito en pompa: Jennifer López está hiper buena. Así lo piensa Richard, que se inscribe en la academia con la esperanza de pillar cacho. Jah, aquí viene de nuevo el Richard Gere a las andadas. Estaba cantado que esos dos tendrían que acabar en la cama. La lógica de los guiones hollywoodienses funciona así. Pero no esta vez. La película acabó y la López ni siquiera se dejó morrear por el Gere. Está claro que se negó. Porque Gere está viejo, arrugado, canoso, patético. Los guionistas intentaron un final tipo “casa de la pradera”, con un remake de la escena final de “Pretty Woman”. Richard sube las escaleras de unos grandes almacenes, vestido de frac y con una rosa roja. Pero es para reconciliarse con su viejorra esposa Susan Sarandom. A mí todo esto me dio un poco de asco. Buah, concepto de familia cristiana y modosita: ¿quién busca eso en el cine? ¿Es que no era posible un mambo horizontal con Jennifer López?

De verdad. Me hubiese gustado ver a Jennifer López cabalgando a Richard sobre una silla, como lo hiciera 21 años atrás Debra Winger en “Oficial y Caballero”. El único consuelo es saber que al final, el envidiado Gere ha sido vencido por la edad y las nieves del tiempo. Ya no es más que un pensionista. Descanse en paz (follador de mierda).