29 octubre 2006

Más bruto que un camionero

En el antiguo servicio militar obligatorio no había soldados valientes y cobardes, sino listillos y bobos solemnes (adjetivo inteligente de Rajoy). El listo se escaqueaba, mientras el idiota “chupaba”. A mí me tocó chupar. Fui tonto del nabo al declarar que tenía carnet de conducir. Tú, como eres abogado, vas a ir destinado al Tribunal Militar. Pero en lugar de entregarme un Código de Justicia me pusieron al mando de un viejo 127 negro, el coche oficial del coronel. Así que era un abogado que hacía de chófer y de camarero. Tenía que llevar todos los días las tacitas de café a los comandantes y tenientes, a la vista de los que paseaban por la calle. Las niñas preadolescentes se reían de mí. Defender la bandera con tacitas de porcelana no parece de recibo.

Lo único bueno es que el Ejército me dio la oportunidad de sacar el permiso de conducir para camiones, y lo aprobé. Cuando me licenciaron y me enfrenté de nuevo al mercado de trabajo, la cosa estaba tan mal que, como llevaba varios meses muerto de asco (y de hambre) presenté el currículum a una empresa transportista (ocultando que era abogado) y me dieron el empleo.

A fuerza del trato con mis compañeros, se me empezaron a pegar los usos y costumbres del gremio: los eructos con sabor a ajo, los escupitajos verdes en el suelo de los bares, subí algunos kilos y le cogí aprecio al aroma de la axila. También me volví perezoso para la ducha y, en fin, estuve en peligro de acabar en el matadero: por cerdo. Y eso en apenas dos meses, que fue lo que me duró el empleo.

De mi etapa de camionero tengo una anécdota, que no me canso de contar y que he publicado escrita (para mi escarnio) en más de una revista de escaso pedigrí. La historia es ésta:

Después de tomar el desayuno en la cafetería de costumbre, cogí de nuevo el camión y enfilé la carretera. A los dos kilómetros empecé a escuchar los ruidos, como si algo se moviera en el interior de la cabina. “Algún panel suelto”, pensé.
No volví a prestar atención al asunto hasta que pasados unos cuantos enlaces se produjo un trajín más fuerte a mis espaldas. Era peligroso descorrer la cortina, porque hubiera perdido la visión de la carretera, pero lejos de imaginarme algo malo me puse a recordar aquella película que habían puesto hacía poco en la tele. Un camionero paraba en un bar y, al reemprender el camino, se encontraba con la grata sorpresa de que la joven camarera –que no debía de tener más de dieciséis años y estaba buenísima– se había fugado escondiéndose en la cabina. Como era de suponer, una fogosa aventura de amor y sexo surgía entre el protagonista y la chica.

Con esta historia en la mente, la fantasía se fue apoderando de los siguientes tramos de la carretera. Los ruiditos de la cabina se convirtieron en los voluptuosos estiramientos del cuerpo de una dulce muñequita, que seguramente me sería entregado como premio cuando hiciera la próxima parada, para descansar en un motel.
Cuando ya habían transcurrido varias horas, en las que mi supuesta amante se fue transfigurando sucesivamente de rubia a morena, de morena a pelirroja, y de pelirroja a mulata, empecé a dudar de mi suerte. “Esas cosas sólo pasan en las películas”, pensé. A pesar de todo, mi excitación había crecido tanto que me juré que no me importaría la apariencia de quien se hubiera encerrado dentro de la cabina: aunque fuera una señora madura y gorda, tendría que pagar en carne el precio del transporte.

En los últimos kilómetros antes de la parada me preparé para recibir el premio. Los ruidos eran cada vez más insistentes. “La pobre debe de tener ganas de ir al baño”, pensé. Pero la explanada del parking estaba allí. Estacioné el camión con impaciencia y, ya con el motor apagado, descorrí la cortinilla de la cabina. Un perrito callejero me miró asustado y con ojos lastimosos. Habían sido mis compañeros, seguro, bromas como ésta solían gastarlas a menudo.

El caso es que el mal ya estaba hecho. Aquello no podía terminar así, llevaba ocho horas al volante torturándome con las más calenturientas fantasías, de modo que le devolví al animal la mirada lastimosa y le dije: “Lo siento, perrito, hoy no es tu día...” Luego fui a la recepción del motel y pedí una habitación con cama de matrimonio.

PS: Como satisfacción de la demanda de Rita Peich en el post anterior, y como prueba irrebatible contra Valeria de que el color butano sí es una buena idea para los gallumbos, aquí les presento esta foto que podría titularse “Alcampo también da vida a tu entrepierna”. La microfibra es perfecta. Quien la haya probado no querrá volver al algodón…

25 octubre 2006

En busca de mi primer empleo



Todo el mundo ha pasado momentos ridículos buscando empleo. Cuando terminé la Universidad las cosas no marchaban como ahora. La economía no tenía calentura ni se le veían ganas. Pero yo estaba dispuesto a lo que fuera para independizarme y dejar de vivir a expensas ajenas.

Intenté introducirme en la Administración a la vieja usanza del enchufe y la recomendación. Pedí entrevista con una Directora General y le expuse mi situación y disponibilidad, es decir, que estaba sin empleo y dispuesto a entregar mis favores. Me advirtió que de momento sólo podía meterme de ordenanza, y que tendría que acostarme con ella al menos dos sábados.

-¿Y por qué precisamente sábados?, le pregunte.

-Es que soy un poco antigua.

Aquella señora era vieja pero no desagradable. Y casi estábamos cerrando el trato cuando me acordé de preguntarle si tenía la costumbre de dormir con las ventanas abiertas o cerradas:

-Cerradas, dijo ella.

-Pues entonces no podrá ser, repliqué: Por mi alergia.

Lo siguiente que me surgió fue participar en un proceso selectivo para futuros Jefes de Sección del Hipermercado Alcampo, que iba a establecerse en Tenerife. Nos citaron a todos los candidatos en El Puerto de la Cruz, en un hotel de lujo. Hubo una primera prueba individual de test psicotécnicos de la que supongo que salí airoso, y una segunda vuelta en la que nos sentaron a todos en una mesa redonda y nos plantearon el supuesto de que éramos astronautas con la misión de tripular una nave espacial hasta la Luna, y que la nave se averiaba. No sé si esto que digo tiene lógica. Realmente era todo muy absurdo: ¿Alcampo pretendía abrir hipermercados en La Luna? Decidí mantenerme callado del todo, mientras los demás se acaloraban por tomar la palabra en aquel infantil debate. Pensé que si Alcampo buscaba directivos serios y responsables, valorarían mi serenidad y comedimiento.

Lo cierto es que no me tuvieron en cuenta. Yo era tan idiota en aquella época que cometí la torpeza de llamar al seleccionador para preguntar por qué me habían descartado:

-¿Cómo quiere que pongamos de organizador a una persona que no habla en absoluto?

Entonces me di cuenta de lo ingenuo de mi comportamiento y de lo verde que estaba para buscar trabajo. Entendí que del debate ellos pretendían sacar a una especie de gallo de corral: alguien capaz de darle un grito a los demás e imponerse. Ja. Qué pena.

Cuando ahora miro para detrás, lo que no entiendo es cómo coño se me ocurrió que yo podía ser un Jefe de Sección de Alcampo: por ejemplo, el responsable máximo de las carnes, o de las frutas y verduras, o de los vinos y refrescos. ¿Qué clase de profesión es esa para un universitario?

De todas formas, si lo pienso bien, no hubiera estado mal ser el Jefe de Sección de lencería femenina. En ese puesto podría haber desplegado mi natural inclinación: y es que cada vez que voy de compra con mi carro y paso de los yogures a los quesos y de repente, sin transición, me doy de morros con las bragas y los sujetadores, entro en una especie de éxtasis. No puedo evitar darme un paseo entre las frondas de perchas ataviadas de modelitos de todas las especies, colores y tallas. Espanto un poco a las marujas, que interpretan como intrusismo lo que no deja de ser veneración e interés. Últimamente las prendas se han vuelto muy alegres y llamativas, con diseños limpios, sin encajes, de colores violentos como el naranja o el azul. Me imagino de Jefe de Sección de lencería de Alcampo, aprovisionando las estanterías, los colgadores, alisando los desórdenes de las impacientes compradoras. Me imagino asesorando, recomendando modelos, calculando tallas por la observación directa de las anatomías. Buaj. Igual me lo perdí.

Me pasa con frecuencia, siempre que voy a pasar el carro por la caja, que delante de mí hay una señora que lleva en la mano alguna tontería, como una bandeja de cruasanes, y un par de bragas moradas y sujetadores de copa C o superior. Yo creo que se alimentan más de la lencería que de otros posibles víveres. Las mujeres idolatran la lencería, y es verse en un hipermercado para incurrir en la tentación. Yo las entiendo, porque últimamente tengo también el vicio de meter en la cesta un par de calzoncillos de color butano y casi me siento mal el día que me salto esa norma. Eso sí, por cada calzoncillo nuevo que entra en la cajonera, uno viejo se va a la basura: y es que el centrifugado y la secadora acaban con la suavidad de la microfibra y la convierten en aspereza de césped de tercera división.

En fin: que en los hipermercados se mezclan en el carrito de la compra mercancías incompatibles. Hace unos años, luego de cargarme con toda suerte de alimentos, me encontré con los neumáticos en oferta y metí dos en el carro. Una vez en casa, cuando fui a poner el entrecot de ternera en el asador, me di cuenta de que había como una inscripción. Me fijé mejor y, efectivamente, estaba claro: Ponía exactamente “Firestone 135 R13”.

21 octubre 2006

Hombre rico hombre pobre

Esta semana se ha celebrado el Día Mundial de la Pobreza. Tengo una gran curiosidad por saber cómo se gestiona esto de los Días Mundiales, quién decide el calendario oficial de eventos, y si todos los días están ya copados o hay sitio libre para el Día Mundial de la Ranita San Antonio. El Día Mundial del Blog ya existe, y que me aspen si le encuentro sentido. Debe de ser un montaje de las agencias de prensa: un comodín para llenar páginas de periódicos o minutos de telediarios cuando no disponen de noticiones tipo preñez de una princesa.

Hoy mismo se celebran en España cientos de concentraciones para conmemorar la pobreza. EL MUNDO DIGITAL embellece su portada con una foto de “ejemplo de pobreza” en la India, donde figuran dos jovencitas de coloridos trajes azul y fucsia y tres niños que muestran sus barriguitas infladas.

El SR. SULFUR nos anunció esta semana su intención de consagrarse al auxilio de los desfavorecidos. Se trata de un post memorable, una tesis doctoral para recibirse de blogger cum laude. Recomiendo su lectura, antes de que se nos marche en misión solidaria. Madres Teresas del mundo: yo os admiro. Sin embargo soy cobarde y albergo el gen egoísta que me impide añadirme a la cruzada. Esta labor humanitaria siempre quedará como privilegio espiritual de unos cuantos: si todos los habitantes de los países ricos nos trasladamos a África en bloque para ayudar a los pobres, nos vamos a zampar el poco pan de que disponen y les hundimos el barco.

No voy a salir a la calle a ninguna manifestación, ni a leer ningún manifiesto contra la pobreza: para hacer eso hace falta ser pobre de espíritu, lo que equivale a limpiar la cuenta corriente dejando sólo lo imprescindible. Casi todas las personas que acudirán a esas concentraciones podrían donar a los pobres la mitad de sus salarios, y no lo hacen porque están en juego sus televisores planos y sus ADSL, instrumentos imprescindibles para mantenerse informado y llevar a cabo un activismo responsable a favor de la pobreza (he dicho bien, a favor, no en contra). Para no incurrir en el vicio de la incongruencia (el peor de los vicios) me limitaré a aceptar de buen grado la carga fiscal que me corresponde, y que los gobiernos se pongan las pilas. Si hace falta contribuir más, yo no soy de los que se quejan por los impuestos.

Los países "desarrollados" manejamos un concepto de pobreza fabricado a nuestra medida y para nuestros intereses. Si no tuviésemos el punto de comparación, el contraste con esas otras formas de vida de los que calificamos de "pobres", no podríamos sentirnos ricos y, por tanto, satisfechos. Y vivir en este estado de riqueza está conduciendo, por ejemplo, a cuatro millones de depresivos en España, sin ir más lejos. Y otros tantos de obesos.

La solidaridad es necesaria. Las personas que entregan su vida a labores humanitarias son dignas de admiración. Pero deberíamos ser menos arrogantes y no considerar pobres a personas simplemente porque no usan televisores ni Mp3 ni microondas ni se limpian el sarro cada seis meses. Todo eso forma parte de una cultura: una cultura que quizás nos esté matando por otras causas que no sean la desnutrición: tal vez nos estemos matando por SATURACIÓN. Saturación alimenticia, saturación informativa, saturación lúdica, saturación sexual. Cualquiera de nosotros, hombres ricos del mundo, podemos reventar de colesterol, de estrés, de aburrimiento, de insatisfacción. No nos basta con comer bien, tenemos que embostarnos en restaurantes finos. No nos basta que el televisor se vea correctamente, necesitamos que sea plano. Y no nos basta con que gane el Real Madrid para estar contentos, porque si el Barcelona también gana seguiremos jodidos. En suma: somos pretenciosos. Ricos y pretenciosos.

De pequeño viví en un ambiente rural profundo, en condiciones equiparables a los de los actuales países más pobres. Para yo poder nacer tuvo que morir una gallina. Mi madre me dio a luz en el suelo, de cuclillas, sobre un saco de arpillera, sin hospitales ni médicos. Mi primera cuna fue una canastilla de las que usaban para empaquetar los plátanos. Mi biberón era una botella de cerveza (rellenada de leche con gofio) con una mamadera de cabrito. Vivíamos en una casa de 40 metros cuadrados, cuyo techo chorreaba como las cataratas del Niágara, sin luz eléctrica y sin baño. Los colchones eran de paja y las sábanas de saco de azúcar cubano. La renta per cápita era cero, vivíamos de los animales y de las huertas. Sin seguridad social. Hasta los seis años no vi un médico. Con frecuencia me hacía heridas incisas profundas de cuatro centímetros que mi madre curaba aplicando directamente un esparadrapo, con todo el adhesivo sobre la llaga, sin gasa ni puntos ni nada. Cuando curaba me aplicaban un chorro de gasolina para que se desprendiera el pegamento. Por Reyes nuestra hermana mayor nos recortaba las fotografías del catálogo de juguetes de Galerías Preciados: y eso era todo. No pasé hambre, pero si malnutrición: esa barrigona que ven en la foto es por falta de proteínas, igual que los niños indios que aparecen hoy en la portada de El Mundo Digital.

Mi madre pudo morir en el parto. Yo pude morir de cualquier infección. Sin embargo el destino me reservaba el privilegio de abandonar la condición de niño de “ojos borrosos atosigados de moscas” (palabras de Sulfur) para convertirme en hombre rico que vive atosigado por los incidentes de los dispositivos electrónicos y por las terribles tragedias desparramadas por los medios informativos, apto para reventar de estrés el día menos pensado. Hay que joderse, qué alivio, podría pensar en los últimos segundos de vida.

Lo paradójico es que yo, de pequeño, aunque encajaba perfectamente dentro de los parámetros que actualmente consideramos como pobreza extrema, no sufría ni era en absoluto infeliz. La pobreza debería contemplarse con otros ojos y menos prejuicios. No es tan importante la distinción entre hombre rico y hombre pobre. Habría que hablar más bien del hombre absurdo y del hombre lógico. Del hombre insostenible y del sostenible. Del hombre infeliz y desesperanzado y de ese otro hombre en el que todo es esperanza, porque nada tiene, excepto que está vivo y puede continuar viviendo.

Hace unos años pusieron un documental en la tele sobre la vida de un hombre de una tribu africana no contaminada por la globalización. Todo lo que tenía que hacer era levantarse cada día, salir en su piragua y pescar en el río un solo pez. Regresaba a la aldea y comía con su familia. Dormía. No parecía nada aburrido: ¡Y era tan simple y tan eficaz! No dejo de meditar en ello. Nosotros, los hombres ricos, nos apresuramos a descalificar a ese indígena como “pobre de solemnidad”, pero su vida es mucho más racional, lógica y sostenible y feliz que nuestras complicadas e ingobernables vidas occidentales.

No digo que esté dispuesto a renunciar a lo que soy para convertirme en un hombre con taparrabos que sale a pescar con su piragua y su lanza. Pero envidio a ese hombre sencillo y sostenible. Y me apiado de mí, engendro de la tecnología y el desarrollo económico. Y propongo una reflexión: ayudar a ser feliz a quien no lo sea, pero no ayudarlo a que se convierta en uno de nosotros; no tener compasión ni pena por esos niños indios “pobres” que aparecen en la foto de El Mundo Digital. Yo fui como ellos y era feliz correteando por los prados, descalzo (no llevé zapatos hasta los seis años, y me encantaba), jugando a ser vaca, revolcándome y comiendo yerba de verdad. Si alguien piensa que tener WC es imprescindible, ah, ¡entonces es que no ha probado a deponer en una ladera de montaña al aire libre, con toda la brisa del Atlántico pegándole en las témporas!

Salud y felicidad para todos. Y a la tecnología, a la información y al estrés ¡que les den por el saco!

14 octubre 2006

El pensionista Richard Gere





La tarde que conocí a Richard Gere yo tenía apenas 18 años y me encontraba sentado junto a mi hermana, un año mayor. El astro del cine también estaba en su silla, pero él con Debra Winger desnuda y cabalgando a buen ritmo sobre su entrepierna. Era una escena de sexo explícito escandalosa, excitante tal vez, pero inadecuada para un adolescente en presencia de su hermana. Me la debes, Richard Gere, esa terrible vergüenza.

A partir de “Oficial y caballero” el Richard se convirtió en el galán de Hollywood por excelencia. Decían las entendidas que estaba bueno como para que con su churro mojara chocolate en tu taza, y la fama iba en aumento. El paroxismo llegó con “Pretty Woman”. En esos momentos Julia Roberts estaba saliendo del cascarón, tiernecita y delicada. El mejor bocado para un Richard Gere melenudo que con el aplomo de la experiencia ya se paseaba más que molón por los platós. Julia bordó tanto el papel que, a pesar de que el guión ponía que era puta, el mundo entero la dio por princesa. Cuando el galán la rescató, subiéndose al balcón con una rosa roja, millones de mujeres se sintieron prostitutas-cenicientas y desearon con furor que un pletórico Richard Gere les cayera del cielo sobre sus camas y las poseyera por la eternidad.

Yo qué voy a decir: qué envidia, qué envidia.

El Richard comenzó a madurar. Era alto, tenía el pelo liso y le sentaban bien las canas: un claro objeto de deseo para las mujeres. Y para los hombres un claro objeto de envidia. Cuando a uno comenzaban a atormentarle las nieves del tiempo, y las sienes osaban platearse, cualquier comentario femenino era más o menos: “Pues un hombre con canas es muy interesante”. Claro: ellas siempre pensaban en el alto y garboso Richard Gere, con sus melenas blanquecinas rescatando a la puta Pretty del balcón del lupanar, con la rosa atravesada en los morros: divino.

Así que han sido muchos años de rencor hacia el Gere. Por su lado pasaron otras estrellas fugaces, como Kevin Costner, que aunque bailó con lobos y nos mostró en pantalla su culo blanco que arrancó grititos a las adolescentes, se quedó calvo en un suspiro y no pasó a la historia. No causó estragos, como lo hizo Richard Gere durante una década. El Richard se convirtió en un mito: una especie de actor semental al que le iban entregando, por riguroso turno de aparición, las actrices más descollantes, que él desvirgaba cinematográficamente y las añadía a su inventario de polvos de celuloide.

En 2001 protagonizó “Dr. T y las mujeres”. Se le notaba que ya no era pescadito fresco. Por suerte mantenía su abundante pelazo, pero eso sí, ya prácticamente blanco. Y lo emparejaron con Helen Hunt: una actriz que siempre juzgué interesante y simpática, pero seguramente poco sexy, y algo rara, con una nariz que serviría para cocinar sopa de zanahoria. Qué extraña pareja: Richard Gere y Helen Hunt. Una actriz de segunda fila encamada con el galán por antonomasia: qué suerte diría ella. Qué fiasco, cuando leyó el final del guión. Fue una humillación. Nada de final feliz. Richard Gere, tal y como estaba acostumbrado, la pidió en matrimonio: ¡pero ella le dio calabazas! Yo pensé: ¿Acaso Hollywood está perdiendo la chaveta? ¡Pero cómo se le ocurre a esa chica decirle que no a Richard Gere! ¿Pero es que no se da cuenta de que es el mismísimo Richard Gere, coño, el que rescató a Julia Robert subiendo al balcón? Este mundo está empezando a volverse loco, porque si al Richard Gere le dan calabazas, ¡qué puede uno esperar!

Ahí comprendí que, al final, Richard Gere comenzaba a ser destronado. Era la decadencia. Estaba viejorro. Las actrices lo rechazaban por puro asco.

La humillación siguió adelante. En 2002 se rueda “Infiel”. Esta vez lo ponen de casado con Diane Lane, que también madurita pero no acabada. A Richard lo sacan con unas gafas horribles, le atribuyen un carácter débil y penoso, y la Diane le pone los cuernos con un joven latino musculoso la mar de buenorro. Jah, me dije, en otros tiempos a Richard le hubiesen dado el papel de guaperas que tienta a la casada Diane Lane, sin embargo lo ponen de cornudo, cabrón, para hablar más claro. Este es el final. Pobre Richard.

El viernes pasado estrenaron en Canal Plus “Shall we dance”. Richard Gere es un abogado aparentemente aburrido, casado con la también viejorra y fea Susan Sarandom (que ni de joven era guapa ni sexy). Un día, regresando a casa en el tren, ve en la ventana de una academia de baile a Jennifer López, que está monísima, con su carita de latinaza y su culito en pompa: Jennifer López está hiper buena. Así lo piensa Richard, que se inscribe en la academia con la esperanza de pillar cacho. Jah, aquí viene de nuevo el Richard Gere a las andadas. Estaba cantado que esos dos tendrían que acabar en la cama. La lógica de los guiones hollywoodienses funciona así. Pero no esta vez. La película acabó y la López ni siquiera se dejó morrear por el Gere. Está claro que se negó. Porque Gere está viejo, arrugado, canoso, patético. Los guionistas intentaron un final tipo “casa de la pradera”, con un remake de la escena final de “Pretty Woman”. Richard sube las escaleras de unos grandes almacenes, vestido de frac y con una rosa roja. Pero es para reconciliarse con su viejorra esposa Susan Sarandom. A mí todo esto me dio un poco de asco. Buah, concepto de familia cristiana y modosita: ¿quién busca eso en el cine? ¿Es que no era posible un mambo horizontal con Jennifer López?

De verdad. Me hubiese gustado ver a Jennifer López cabalgando a Richard sobre una silla, como lo hiciera 21 años atrás Debra Winger en “Oficial y Caballero”. El único consuelo es saber que al final, el envidiado Gere ha sido vencido por la edad y las nieves del tiempo. Ya no es más que un pensionista. Descanse en paz (follador de mierda).

07 octubre 2006

No lo hagas como una babosa, por favor




El Soltero de Oro resucitó esta semana con un anti-post sobre trucos para no caerse en la cinta andadora de los gimnasios: ¿Es esto interesante? Para mí no. Lo que me sorprendió es un comentario que añadió un individuo extranjero apodado Singer Mingler en el que publicita el para mí hasta ahora desconocido ANILLO DE SOLTERO. A diferencia del anillo de compromiso, verdadero cerrojo para los genitales de quien lo lleva, el anillo de soltero incorpora un mensaje subversivo y excitante: ¡Estoy disponible, puedes follarme!


La joya tiene un diseño interesante, muy limpio, con un llamativo color aguamarina. En el anular de una mujer resultará un detalle de elegancia. Para un hombre lo veo más problemático, porque habrá gente que no esté al tanto del simbolismo, y con esos colorines uno puede pasar más fácil por una palomita descorchada que por un macho en celo, que es de lo que se trata: ¿Para cuándo una versión XY en discreto gris antracita?


Al principio aplaudí la idea, pero luego me empezó a sonar a El Corte Inglés y el día de los enamorados, con su medalla del amor, y a todas las carnazas que los insaciables mercaderes nos ponen ante las narices para que piquemos. ¿Necesitamos de verdad un anillo fosforescente para que los demás se den cuenta de que no pillamos cacho y de que estamos salidos y calientes como estufas? Creo que nuestra disponibilidad se puede adivinar por otras señas más intrínsecas. ¿Cómo ignorar la irritabilidad y la histeria características de una mujer que duerme cada noche en cama fría? Al varón célibe es todavía más fácil reconocerlo: todo ese rastro de melones agujereados, cáscaras de plátano, los típicos ojos de besugo, sistemáticamente orientados hacia nalgas y canalillos…


La insinuación por medio del anillo no deja de ser una táctica copiada de la naturaleza. Hace poco emitieron por la tele un documental sobre sexo de los animales y de verdad les digo que la forma en que se lo montan las babosas es para perder el sueño. Estas criaturas son hermafroditas, pero se unen en parejas para fecundarse recíprocamente. Cuando un individuo se siente rijoso segrega una baba que va dejando como rastro. De esa forma, una segunda babosa con la libido por las nubes puede reconocerla y sigue su estela de espumarajos. La babosa insinuante trepa a una rama y se descuelga al vacío prendida de un moco consistente y elástico. Su pareja se une. Las dos se retuercen en el aire y se van trenzando. Entonces a las dos les aflora un pene que tienen detrás del cuello. Los miembros viriles se enredan a su vez entre sí, formando una espiral, una extraña danza giratoria en el vacío, una bella flor de carne excitada. Finalmente llega el paroxismo y el intercambio de fluidos. Las dos babosas mueren y caen al suelo desinfladas. De ahí nacen las criaturas descendientes.


La evolución podría habernos dotado a los humanos de la capacidad de segregar babas para insinuar a los del género opuesto que estamos disponibles para el acto de fecundación. Lo del pene detrás de la oreja y lo de palmarla tras el orgasmo se podría dejar como extravagancia de las babosas: tampoco hay que copiarlo todo al pie de la letra. De esta forma sería fácil para los solteros pillar cacho, ahorrándose el coste del anillo fosforescente: 37 Euros. Claro que, a lo mejor no es demasiado práctico: si una mujer de las de hoy intenta seguir el rastro gelatinoso segregado por un hombre que la precede, es bien fácil que se resbale con sus tacones de aguja y acabe estrellada y muerta en el suelo: justo como las babosas, pero sin fecundación.


Desde un punto de vista estrictamente biológico y evolutivo, no creo que tenga ningún sentido el anillo de soltero. Si fuera útil a la reproducción humana que un hombre pueda identificar a las mujeres disponibles para la fecundación, la evolución nos habría dotado de un mecanismo de reconocimiento, como el de las babosas. Y si fuésemos hermafroditas seguramente sí sería un sistema correcto: cuántas más parejas se fecunden entre sí, mejor. Pero el que la evolución nos haya conducido a la dualidad macho-hembra, lo que pone en evidencia es que el modelo de reproducción es otro: no se trata de que cada macho encuentre una pareja, sino justamente de que el macho mejor dotado (con mejores genes) fecunde a cuantas más hembras mejor: a ser posible, A TODAS. Seguramente en algún momento de nuestra historia primitiva, vivíamos en tribus en las que un macho dominante fecundaba a todas las hembras y mantenía a raya a los competidores más débiles. De esta forma no hacía falta ningún mecanismo: todas las hembras sabían cuál era su único y común macho, y éste sabía que todas le pertenecían y que su misión era dejarlas en cinta. El resto de los machos permanecían merodeando por los alrededores, esperando a que el dominante se hiciera viejo para disputarle el botín, o arriesgándose con su vida a infringir la prohibición. En todo caso, recurriendo al vicio solitario, no tanto para aliviar la tensión sexual, como para mantenerse en forma por si algún día llegaba la oportunidad… Este comportamiento lo siguen aún hoy algunos primates. Aquí no se ha inventado nada.


Si un soltero acude a un bar para ligar, lo que conviene a nuestro modelo biológico de reproducción no es que conozca de antemano cuáles de las hembras en el local están disponibles y sin pareja: su misión como macho es abordar a todas las que pueda y conseguir resultados. Si pica una casada (que alguna picará), es signo de que el macho dominante de la tribu está en vías de ser desbancado…


No nos damos cuenta, seguimos un modelo atávico. La diferencia es que el macho de hoy piensa que su misión es follarse a cuantas pueda, y no dejar preñada a ninguna, ni siquiera a su pareja legítima (el hombre actual se resiste a la paternidad, mientras la mujer presiona). Sin embargo se equivoca. El único sentido de la vida es que pueda transmitir sus genes, porque son los mejores. Estamos donde estamos porque, a lo largo de millones de años, el macho dominante, el mejor dotado, se ha salido con la suya.


Que nadie se escandalice. Que ninguna mujer se ofenda. Lo que he dicho no tiene nada que ver con mi comportamiento o con mi concepto de relación entre hombre y mujer. Es sólo una reflexión, o una teoría. Tal vez yo sea partidario de la fidelidad y del amor romántico: y por eso precisamente mis genes se irán conmigo a la tumba y mis bienes materiales se los repartirán sobrinos con genes intrusos.


Pero estoy convencido de que el modelo reproductivo de MACHO DOMINANTE Y HARÉN es lo que funciona, y es lo que, en el fondo, continúa existiendo aunque sea a nivel inconsciente. Sin este mecanismo, ahora mismo quien les estaría escribiendo sería una babosa simplona y reptante.

01 octubre 2006

Derechos de simio para los solteros


Hace poco unos guardias civiles tuvieron la ridícula iniciativa de reivindicar “derechos de simio” para El Cuerpo. Ridícula porque reclamaban el derecho de hacer huelga, cuando todo el mundo sabe que si las huelgas funcionan es porque se joden a muchos ciudadanos cuando un colectivo deja de prestar servicios: pero si los guardias civiles se ponen de brazos cruzados, más contentos íbamos a estar, porque sin nadie para poner multas se vive muchísimo más holgado.

Sin embargo está bastante más justificado que los solteros del mundo unamos nuestras fuerzas para reclamar derechos de simio para nuestro colectivo, que resulta sistemáticamente discriminado y olvidado por las instituciones. El propio Papa no hace más que lanzar proclamas sobre las familias y bla bla: a los solterones que se nos trague un viento. En fin, voy al grano, pondré un ejemplo.

La Corporación para la que trabajo aprobó recientemente un nuevo acuerdo de condiciones de trabajo para sus funcionarios. El texto está empapado de aires modernos. Por todos lados hay prevenciones para la mujer maltratada. Existe (lo digo como curiosidad) una licencia novedosa, que viene a ser una especie de premio a la arruga: a los 23 años de servicio te dan 15 días, que acaso puedan ser suficientes para ingresar en una clínica y que le hagan a uno un lifting y un implante de nalgas (hoy en día se tiene más en cuenta el culo que la cara bonita).

Al terminar de leer, y luego de meditar un poco (dicen que las comparaciones son odiosas, pero yo me comparé), me sentí terriblemente indignado. Tanta modernidad, tanta sensibilidad social, y hay cosas que siguen ancladas en la rancia moral del franquismo. Lo que me indigna es la licencia por matrimonio. Sí señor, un funcionario (cualquier trabajador en este país) tiene derecho a una licencia retribuida de 15 días por casarse. ¿Y qué pasa con los solterones? ¿Por qué se discrimina de esta forma a los que no contraen estado? ¿Acaso el Estado sigue dando por supuesto que todos nos casaremos alguna vez? ¿Es que se piensa que los solterones somos una categoría minoritaria y, por tanto, despreciable? ¿Es que se pretende seguir considerando que los sujetos de derecho son las familias y no los individuos?

Pues no, es una grande injusticia. No estamos hablando de los días de permiso que se le dan a un funcionario para que asista al entierro de un familiar: en este caso es comprensible que se le dé permiso a quien sufra la desgracia. Pero la licencia por matrimonio es un derecho estrictamente económico: 15 días de sueldo sin trabajar, y no para sufrir, sino justamente para todo lo contrario, es decir, para irse a una isla del Caribe a comer como cerdos, follar a diestro y siniestro, y bañarse en las piscinas (¿o es follar como cerdos, comer en las piscinas y bañarse a diestro y siniestro? ¿O follar en las piscinas, bañarse como los cerdos, es decir, nunca, y comer a diestro y siniestro?).

Injusto. Un funcionario solterón es mucho más rentable para la Administración que uno que se casa. No son sólo los 15 días de licencia por matrimonio: luego vienen 3 por defunción del suegro, 3 por la suegra, los embarazos, los nacimientos, las enfermedades de hijos y suegros, todo retribuido con permisos; y también están las ortodoncias y las gafas de las criaturas, las ayudas para guardería, las ayudas para estudios… Los solterones no hacen ninguno de esos gastos. Trabajan lo mismo (algunos dirán que nada, pero bueh, yo no entro al trapo) y sin embargo le ahorran muchísimos gastos a la Administración.

Este derecho de 15 días retribuidos tendría que ser en realidad universal, y otorgarse a cualquier funcionario, o trabajador, sea para la luna de miel o para la Gran Cascada. Podría ser, por ejemplo, que el funcionario que no se haya casado, haga uso de este permiso los 15 días anteriores a su jubilación: cuando ya es una verdad incontestable que se le ha pasado el arroz.

Por tanto, les invoco a ustedes, célibes del mundo, solterones aburridos o alegres. Es preciso reivindicar un trato igualitario respecto a los derechos de contenido estrictamente económico. No somos una minoría. Cada día somos más. Esto es una plaga. No debemos permitir que nos tengan a menos por la triste o alegre circunstancia de que no hemos pillado cacho. Formemos con nuestra protesta un sindicato. También es un derecho: 15 días para estar solo, o para follar en las piscinas ¡qué más da! Es un derecho de simio.

Miren, es que a veces uno no se queda solterón por un capricho, sino por designios, y entonces que le nieguen a uno el permiso es un recochineo. A mi me hicieron varias propuestas de matrimonio pero no acepté ninguna porque no eran admisibles. Hubo una muy buena chica, tenía casi todo ideal: inteligente, médico de profesión, de físico muy parecida a Jennifer Aniston, sabía cocinar… Pero cometió el error imperdonable de no pedirme la mano de rodillas, y yo a una mujer que no tiene detalles no le miro ni el código de barras.

También por mi parte le pedí una vez a una chica que se casara conmigo. Le dije que la quería y ella me contestó que para qué la quería a ella teniendo una mano tan bonita… Años después se casó con un concejal del PP, y a ambos les concedieron 15 días de permiso en sus respectivos trabajos. Mientras ellos disfrutaban en el Caribe, yo madrugaba para acudir a mi oficina.

¿Entienden por qué me altera tanto la cuestión?