20 octubre 2007

Cola de colas



La Ley me obligaba a renovar el DNI pero yo no quería enfrentarme a la pesadilla de las colas. El primer día de vacaciones pasé por la comisaría y al ver la interminable fila me puse tan enfermo que lo dejé para el regreso. Y el mes lo pasé sin disfrutar pensando sólo en lo que me esperaba. Pero nada hay mejor para acabar con el miedo que enfrentar el peligro de una puta vez.

Yo pensaba que si era tanta la escasez de personal, que eso tiene fácil solución: basta con dictar una norma que extienda automáticamente la vigencia del carnet más allá de los cinco o de los diez años. Porque, en el fondo, ¿para qué renovarlo si nada ha cambiado? Si uno sigue con el mismo nombre, la misma fecha de nacimiento, los mismos padres y el mismo domicilio, ¿por qué obligan a hacerlo de nuevo? Esto lo pensaba antes de la foto. Al ver el resultado lo comprendí: en diez años uno se pone viejuno y ya es irreconocible. Hay que joderse con la mala leche que tiene el tiempo. No teníamos ninguna necesidad de esta cuarta dimensión, ni tampoco de la tercera. Si viviéramos en dos dimensiones no habría arrugas ni tiempo. Las hormigas deben de tener un DNI que les vale para toda la vida.

Al final tuve que chupar la cola como cualquier españolito. Dos horas bajo la inclemencia del sol abrasador de la sobremesa, parado en una estrecha acera y rodeado por toda clase de fauna humana (que me río yo de los pájaros muertos que aparecen en los balcones de los abogados). Pensé que llevando el iPod, escuchando mi música favorita, los minutos pasarían volando. Pero no fue así. La música reduce el tiempo si uno está fresco y cómodamente sentado, por ejemplo, viajando en un tren o en un fast ferry. Pero de pie y al peso del sol la música hace poco.

Durante la espera tuve mis meditaciones. Se me ocurrió que el Ministerio del Interior debería ofrecer a los ciudadanos amplios salones, cómodos sofás, quizás salas de cine para que la espera resulte tolerable. Luego me di cuenta de que con el gasto que supondría todo eso también se contrata más personal para que nadie tenga que esperar. Qué idiota.

Más tarde me vino el pensamiento de que lo peor era estar parado: porque a nadie le molesta estar dos horas paseando tranquilamente. Entonces me vino la idea de que lo mejor era que la Policía organizara, en lugar de una cola estática, una cola móvil. O sea, la gente dando vueltas en fila india alrededor de la manzana. Sería saludable y distraído. Claro que al producirse huecos entre una persona y otra se correría el riesgo de que alguien se colara. Y aquí fue donde eché de menos la pérdida del rabo en la evolución de los humanos. Si hubiésemos conservado los rabos que teníamos de cuando éramos monos podríamos hacer colas de colas, es decir, caminar alrededor de la manzana cada cual agarrando el rabo del que le precede.

Afortunadamente todo pasó, y ya tenía mi nuevo DNI electrónico para diez años más. Me hacía ilusión lo del microchip incorporado, pero pasaban los días y comprendí que poco lo iba a utilizar. Todavía falta mucho para que las transacciones electrónicas sean masivas. Intenté abrir una cuenta bancaria por Internet y los idiotas acabaron mandándome por correo postal el contrato para que lo firmara: ¿para qué entonces la firma electrónica o del DNI electrónico que incorporan a su web?

Sin embargo, miren por donde, resulta que al final para lo que me sirvió el nuevo DNI fue para ligar. Ocurrió en Alcampo. Siempre pago con tarjeta, y hay que identificase con el carnet. Cuando la cajera lo vio dijo: “Anda, si es el nuevo modelo”. Se quedó observándolo unos segundos y añadió: “Quedaste muy guapo en la foto”. ¿Guapo? Pensé yo: lo que quedé es viejuno como un zorro. Me puso ligeramente rojo y tomé el recibo. La cajera me había anotado su móvil en el ticket y su nombre: Nerea López. Jah.

La llamé al día siguiente y le dije que era el que había quedado guapo en el carnet, y que si quería quedar para el cine o algo. Aceptó encantada, pero me preguntó que si tenía DVD porque ella vendría a casa con una película. Y así fue. Le enseñé todas las habitaciones y por su propia iniciativa se acomodó en la cama y me pidió que viéramos la película en el dormitorio. La cabrona se lanzó sobre mí antes de que terminara la cinta y no me dejó ver el final. No se quedó a dormir, alegó que había dejado las niñas solas y ... Menuda mierda, pensé yo, por una tontería así puede uno acabar haciéndose famoso, como los McCann.

En resumen: que si alguno de ustedes está sufriendo por tener que renovar el DNI, que sepa que a la semana siguiente la probabilidad de ser follado por una cajera aumenta poderosamente. Si es usted mujer, las cosas no tienen por qué ser diferentes: si, como anuncian los periódicos esta semana, los humanos ya comían marisco hace 165.000 años, imaginen lo que hará una cajera de hipermercado en pleno siglo XXI.

06 octubre 2007

Los domingos a las ocho misa en directo




Tener un aparato bonito y no usarlo es un sacrilegio. Sin embargo es lo que me pasa con mi teléfono móvil. La tasa de funcionamiento es ridícula: lo recargo una vez al año para que no me lo desactiven, pero el saldo siempre me sobra y se va acumulando. Cuando me muera lo heredará un sobrino y usará el crédito restante para mandarle mensajitos guarros a su novia, supongo.

No recibo ni hago llamadas, y lo mismo puede decirse de los SMS. En realidad, los móviles los usan sobre todo las parejas. La conversación más frecuente, según las estadísticas, es la del cónyuge varón que llama a su mujer al regresar del trabajo, más o menos a cien metros de distancia del domicilio: “Cariño, estoy llegando”. Esta es la frase. Ella suele responder: “Ah”, y cuelga.

Pero no. Ahora que me acuerdo: sí que recibo un SMS semanal, y eso justifica de por sí el gasto de 300 Euros en mi negro aparato Samsung. Ocurre los miércoles, al mediodía. Me jode mucho el mensaje, y me estreso al pensar que podrían pasar 40 años y el mensajito seguirá llegando con puntualidad. Y todo por un error, y por culpa de una mujer tonta. Fue hace apenas dos meses:

Esa semana yo había tenido una cita con una mujer recién conocida. La invité a cenar a un restaurante caro pero me decepcionó mucho porque ella se retrasó dos horas y encima subió su perro a mi coche (jah!). Después de eso yo no estaba muy por la labor, pero ella me llamó un domingo por la noche ya muy tarde y me propuso encontrarnos en un bar de la ciudad. Como no tengo mucha voluntad, acudí a la nueva cita, a la que por cierto ella se presentó otra vez con retraso y con una sorpresa: la compañía de su hermana. Los bares estaban vacíos, todo el mundo duerme un domingo a las doce de la noche. Hacía frío, y yo con aquellas dos hermanas insípidas sin saber de qué hablar. Nos metimos en un antro que ellas eligieron. Una mujer madura y borracha nos miraba lascivamente desde la barra. Por detrás, un grupo de lesbianas se magreaban con escándalo. Tomamos San Francisco sin alcohol que estaba asqueroso y cuando ya no pude más me levanté y pagué la factura.

“Vámos“, les dije. Pero el dueño del bar nos invitó a que volviéramos los miércoles, que tenían actuaciones en directo de cómicos, cantantes y artistas alternativos. Que apuntáramos nuestro teléfono móvil y que nos avisarían por SMS. Mi amiga tonta digo, qué guay, vamos vamos, apúntale tu teléfono. Yo me estaba haciendo el loco, no tenía la más mínima intención de volver a aquel antro, ni mucho menos de ver por tercera vez a esa mujer tan hueca de cabeza. No supe reaccionar, debí haber puesto un número falso, pero tuve la mala suerte de acordarme del verdadero y de no atreverme a mentir.

Y esta es la razón por la que estoy condenado a recibir un SMS todos los miércoles por el resto de mi vida. Cada vez que suena mi negro aparato Samsung para darme el recadito, me acuerdo de la chica que se atrevió a subir su perro a mi coche y me cago en sus muertos.

Esto no viene mucho a cuento, pero lo que quería comentar es una noticia que salió por televisión esta semana. Al parecer, en un pueblo de Canarias hay una confrontación entre los vecinos de un edificio y la iglesia colindante. Lo que ocurre es que todos los domingos a las ocho de la mañana el cura lanza las campanas al vuelo para llamar a los fieles al culto, como es preceptivo. La experiencia resulta traumática para los vecinos del edificio de en frente, que no profesan la fe y prefieren guardar la fiesta de otro modo: durmiendo como una marmota hasta las once. Pero no pueden. El enfado es enorme, y como venganza, una vez despertados, ponen a sonar su potente equipo de música con piezas de rock del duro direccionando los altavoces hacia el templo. Como resultado, los que asisten al culto no se enteran de la misa la mitad, y a su vez se quejan. Hay una guerra montada.

Le doy la razón a los vecinos rockeros. Lo de la campanada a las ocho de la mañana me parece una desfachatez. Y además es innecesaria: ¿Acaso puede haber un cristiano que no sepa ya, sin que lo anuncie la campanita, que los domingos son fiestas para guardar y acudir a la celebración de la eucaristía? El exceso de decibelios es imperdonable, y seguramente infringe las ordenanzas municipales. Deberían tratarse a los templos religiosos como cualquier otra actividad molesta, insalubre y peligrosa, y para funcionar deberían contar con su licencia de apertura y cumplir con las normativa que se aplica a cualquier otro establecimiento de este tipo: perreras, industrias cementeras, talleres de chapa, etc. Vamos, yo todavía no he visto un extintor de incendios en la nave de una iglesia, y muchas hornacinas sí, pero ninguna que guarde en su interior una jodida manguera o un equipo de protección individual, con su casco y sus botas para el responsable de seguridad (que tendría que ser el cura, a ver en cuánto tiempo consigue cambiarse la casulla por el mono azul y el casco amarillo). Y sí: muchas puertas para subir al cielo pero ninguna puerta de emergencia para la evacuación.

Precisamente hoy leí en 20 Minutos que el Ayuntamiento de Oleiros clausuró una iglesia evangélica por las molestias de las guitarras y los cantos. Jah. A ver quién se atreve con un templo católico…

Y digo que la campanada es innecesaria y anacrónica. Tuvo su sentido en la época de las catacumbas, cuando las telecomunicaciones andaban en pañales. Pero hoy en día, suponiendo que fuera preciso avisar a los fieles de la inminencia de la consagración y el santo misterio, hay otros medios que no molestarían a los que desean dormir un domingo por la mañana. Lo que podría hacer el cura es tomar el número de móvil de todos los fieles, hacer una lista de distribución y mandarles un SMS para convocarles a misa. Esto ayudaría mucho a modernizar los hábitos de la Iglesia y también a respetar el descanso de los rockeros vecinos.