09 agosto 2007

No puedo vivir sin ti



Debo reconocer que ando con flojera, y en tales circunstancias escribir no sólo deja de ser un placer, sino que además se convierte en una tortura.

Sí, ya sé que estoy que muerdo por el domingo ominoso de Fernando Alonso, y que deseo con fervor la muerte accidental de Hamilton. Y ya sé que me cago en los muertos de Don Ramón Calderón, porque ha conseguido aburrirnos a los españolitos con un equipo de suplentes y de matados.

Esta tarde, a modo de entretenimiento, me di un paseo al centro de la ciudad con el propósito de comprar unos cuantos libros para las vacaciones, ya que estoy casi decidido a no llevarme el ordenador y en alguna actividad (en realidad inactividad) habré de gastar las horas. Ya el año pasado me harté tanto de leer que he sido incapaz de abrir las tapas de un libro en los últimos diez meses. Corro un serio riesgo de embrutecerme, pero esto funciona así: ¿quién no ha dejado de comer bocadillos de choped por puro hartazgo?

Pues no me fue nada bien. Estuve como una hora mirando libros en la solitaria librería. Tan solitario estaba el local que tuve que decir hola a las empleadas: y que conste que no tenía maldita gana de decirles hola bonitas. Se me bajó el azúcar, tuve que ponerme en cuclillas varias veces porque me faltaba el aire: en realidad era el asco. No había un jodido libro bueno que meter en la cesta de la compra. Al final he regresado con tres, pero que conste que los miro por encima del hombro y que no espero nada placentero de ellos.

No sé si es que estoy demasiado fino o exigente, pero los productos de los anaqueles y expositores basculantes me parecieron bazofia decadente. Me compadecí de todos esos pobres escritores de profesión, intentando ser originales, tratando de vencer el hastío para lograr una obra mediocre que dé el pego. Nada servía.

Tomé en mis manos una novela de Juan Goytisolo. Este señor está ya incluido en las enciclopedias. Pasará a la historia de la literatura, pero seguro que cuando se consagró el listón estaba bajo. He leído algo de él, pero no me dejó huella. Tiene un nombre escritoril, sólo eso. Comencé a leer el argumento en la contraportada: una mujer casada con un médico que conoce a un arquitecto y deja que le clave el compás en la entrepierna; el marido reacciona y lucha y… bla bla. ¿Qué coño de basura es esta? ¿Una historia de infidelidad a estas alturas? ¿Y con un arquitecto? ¡Pero si los arquitectos ni siquiera son sexuales! Sentí una nausea y dejé la novela en su sitio: bueno, en realidad la cambié de lugar, sepultándola debidamente entre dos tomos de cocina canaria.

Pero el libro que realmente me cautivó fue uno titulado “No puedo vivir sin ti”, de Manuel Longares. Jamás había tenido noticia de este tal escritor, que debe de tener su fama porque ahí estaba, medio consagrado en las ediciones de bolsillo. Lo que me enamoró fue la fotografía de portada, esa que pueden ver, una joven morena, de ojos enormes e increíbles. Me temblaron las piernas. Ese libro parecía un buen candidato para mi cesta de la compra. Pero… ¿sólo por la portada?

Leí el comentario de la solapa: decía que se trataba de una historia de amor, pero que el tal Manuel Longares, sobre la base de este tema tan trillado, había conseguido un producto original. Ah… pensé, pues ya está: a mí me gustan las historias de amor (las que no me gustan son las de crímenes horrendos), y encima es original, y encima está la foto de esa chica que yo colgaría de una pared y le rendiría culto.

Jah. Qué poco sabía yo lo que me esperaba con el dichoso libro. Seguí leyendo el argumento: la protagonista debe atender a la hermana viuda, o al cuñado viudo, y cuidar de su sobrino… Y es como una cenicienta, hasta que descubre la pasión por ¿el equipo rojiblanco? El fútbol parece ser su única ilusión, pero pronto descubre que, en realidad, esa ilusión se materializa en un jugador lesionado, y en su ¿perrita?!!!!!!!

Cuando leí esto se me doblaron las rodillas, solté el libro de un respingo, y cayó al suelo. Sentí una arcada. Algo me bullía en las entrañas: aquello no era literatura… aquello era… ¿pura mierda?

De modo que lo siento. Ese libro no ha venido a mi casa. Y espero que las chicas de la librería hayan estado ocupadas el resto de la tarde limpiando mi vomitona gris. Y lo siento por el tal Manuel Longares, al que no conozco. Pero he decir que nombrar al Atlético de Madrid y a un jugador lesionado con una perrita no es guay en una novela: que tal cual te corta el rollo (más o menos lo mismo que si estás follando y la otra persona se ríe).