24 mayo 2008

Acoso goloso en el trabajo


Hace unas semanas era noticia en la prensa el juicio por acoso sexual de un capitán de la armada a una teniente-coronel. Era un titular llamativo que me hizo disparar la imaginación: ¡A saber qué salvajada había cometido el capitán contra su superiora! Pero el relato de los hechos resultó decepcionante. Al parecer, el capitán no más le había dicho a la teniente-coronel que vaya perfume más fresquito, que viniera a su despacho más a menudo porque le ambientaba el aire. Como ella se iba los fines de semana a Las Palmas donde tenía el novio le comentó algo así como que se pasarían todo el rato chingando como conejos. Además de eso, mientras estaban sentados a la barra del bar, él le tocó un poco la pierna. Y esos eran, según la prensa, los hechos que motivaban la incriminación por acoso sexual.

Jah, me dije yo, pues entonces a mí también me pueden meter entre rejas, porque barbaridades mayores he dicho yo a las mujeres de mi oficina. Por dios, qué poquita cosa para estar molestando a tantos jueces togados que tendrán sus cosas que hacer importantes con asesinos en serie, terroristas en dibujos animados y narcotraficantes de película (además de violadores cabrones).

No voy a frivolizar con el acoso sexual, que existirá y habrá mujeres pasándolo mal (hombres lo dudo, y Michael Douglas no es un buen ejemplo). Pero el caso de la teniente-coronel (visto desde afuera) me parece una chorrada. Y me da que ahí había algún otro problema. Cuando estudiaba Derecho Penal, hace de esto 25 años, el profesor, que era Fiscal en activo, nos dijo que el 90 por 100 de las violaciones que se denunciaban eran falsas y por venganza, y que normalmente la presunta violada lo que quería era que el violador se casara con ella.

Mi opinión es que las mujeres tienen herramientas de sobra para repeler un acoso sexual en el trabajo. Con lo listas que son pueden dejar en ridículo a cualquier machote que se ponga un poco grosero. Pero esto de llegar a los tribunales porque les toquen un poquito la pierna… Un exceso me parece. Y si quieren conquistar la igualdad, hagan como nosotros.

Por mi parte, he de confesar que compañeras de trabajo furtivamente me han tocado el culo por encima y por debajo… Quiero decir, me lo han tocado mujeres superiores jerárquicas y mujeres inferiores jerárquicas. Y aguanté el tipo, quiero decir, no se me ocurrió irme directo a la comisaría, me lo tomé deportivamente: hala, disfruta si te hace ilusión. Pero estoy completamente seguro de que si a mí se ocurriera hacer lo mismo con alguna de ellas recibiría, como poco, un sonoro bofetón, y es posible que llegara a conocer el crucifijo de algún Juez togado.

También he recibido comentarios teóricamente mucho más groseros que el del capitán a su teniente-coronel: el de que se pasaría con el novio chingando como conejos. En estos casos, uno se pone colorado y se defiende como puede. No creo que con palabras se pueda violar la libertad sexual de nadie. Sra. Coronela: responda usted con otra barbaridad, ríase un poco, y verá como se diluye cualquier amago de pulsión sexual de su calenturiento capitán de fragata.

Un ejemplo reciente de autodefensa es el de la turista israelita de vacaciones en Nueva Zelanda, la cual, harta de las piropos de los albañiles de una obra, se desnudó ante ellos y les mostró todo lo que escondía bajo la ropa y que al parecer tanta inquietud les provocaba. Y los dejó de piedra, nunca mejor dicho….

Yo soy todo lo contrario que un acosador sexual en el trabajo. Tan cartujo que en su tiempo me tildaron de misógino. Es que ni siquiera digo piropos, oiga. Y me los reclaman. Las mujeres son como son, y ellas buscan el piropo con tanta ansiedad como la noche mira al día que tarda en nacer. Hoy mismo una compañera de la oficina me reclamó piropos de vez en cuando. Pero no valgo para eso. Es que no me parece justo alabar a una mujer por pura charlatanería. Como mucho, si me doy cuenta de que alguna viene de la peluquería, le digo: "Qué repeinada". Un poco tosco, pero basta. Porque las mujeres valoran mucho que les noten el cambio en el peinado.

También excepcionalmente, he puesto en práctica la técnica del piropo indirecto e imperceptible que a la postre resulta muy elegante. Consiste en decirle a la dama que se parece mucho a alguna actriz conocida. Cuando la dama se da cuenta de que esa actriz es un bombón, empieza a ponerse roja de contento. Más tarde se puede rematar la faena poniendo en el ordenador un salvapantallas con fotos de la actriz, lo que hará temblar a la dama. Ese día es posible que su vanidad la haga tropezarse con los dinteles de las puertas.

Sería injusto, a pesar de lo dicho, no confesar que alguna vez he sido autor de finuras muy afortunadas. Como la dedicada a la chica tímida y esbelta que bailaba en la esquina de la pista, a la cual le dije que su sitio era en el centro, porque ella era como una elegante fuente y que nadie pone las fuentes en la esquina de una plaza, sino en el centro, para ser admiradas y para que luzcan todo su esplendor.

En fin, que reconozco que el piropo no es lo mío, que soy poco galante, nada picaflor, y es posible que misógino. Poeta y romántico. Si me gusta alguna mujer de verdad, y aunque la conozca poco, de inmediato le envío dos docenas de rosas. Como podrá adivinarse, la excusa perfecta para que ella me mande a la mierda.

PD: Que viva el vino, y las mujeres. Y que muera el monstruo de Hamtetten.

18 mayo 2008

Como una estufa y con los dientes azules



Hace unos cinco años estaba en un bar tomando una copa con unos amigos y se me acercó una chica despampanante:

-¿Tienes bluetooth? Me pregunto.

-¿Que si tengo los dientes azules?

No le hice caso. ¿Qué demonios decía aquella loca sobre los dientes azules. Unos años más tarde me compré un ordenador con bluetooth, y un teléfono con bluetooth, y con gran esfuerzo aprendí a utilizar esta tecnología. Mi conclusión fue la siguiente: El bluetooth es una mierda que no vale para nada.

Pero por lo visto sí que vale. Ahora me entero por un amigo que se ha puesto de modo ligar con el bluetooth. En el mundo de la noche, la gente entra en los bares con el oscuro propósito de follar, pone el bluetooth abierto y así ya no hay que estar averiguando ni preguntando estudias o trabajas o en tu casa o en la mía. Con cinco años de retraso comprendí que aquella chica despampanante no estaba loca: sólo cachonda. Y yo, pobre diablo sin móvil…

En realidad esto de entrar a saco a por el folleteo no es tan nuevo. Ya en tiempos de nuestros padres y abuelos se usaba una fórmula similar. Lógicamente no había teléfonos móviles. Pero sí había una manera de proclamar mediante una clave la predisposición a ponerse mirando para Cuenca. Más o menos la cosa funcionaba así:

-Tengo queso, insinuaba el varón.

-¡Pues yo tengo pan! Contestaba la hembra, llena de alborozo.

Y luego se iban detrás del matorral a poner el queso dentro del pan.

Podía darse una variante. A veces, la mujer respondía: "Pues yo tengo pan… con tomate". Esto quería decir que la señora estaba con la regla. De esta manera el galán, según la tolerancia que tuviera hacia el tomate, podía elegir entre retirarse o aceptar el reto.

Me hizo ilusión esta idea de ligar con los dientes azules y le propuse a mi amigo que fuéramos alguna noche al cuadrilátero (la zona de los bares) para probar este cachondeo tecnológico. Limpié a conciencia la pantalla de mi Samsung SGH U600, puse en activo la función bluetooth y me dirigí a la zona del oprobio.

La primera noche no pasó nada. Mucha gente estaba pendiente de sus teléfonos, pero eso no significaba nada. Es normal recibir y escribir mensajes. De repente me entraron las dudas: ¿Y si era mentira eso de que la gente liga con el bluetooth?

La segunda noche me vestí para salir de nuevo y cuando iba a coger el teléfono para meterlo en el bolsillo me arrepentí y me fui a la cama. Ya no soy precisamente un chaval y trasnochar me cansa mucho. Prefiero dormirme con mi nueva televisión blanca. Al diablo lo de ligar. Es que vamos a ver, tampoco estoy como para decir que tenga fiebre o algo así. Todo esto es por obligación o por curiosidad. Y reconozco que hacer bricolaje me da muchas más satisfacciones. Quien haya traspasado una pared de lado a lado con una broca del 12 sabrá de lo que hablo.

Quise intentarlo de nuevo, no obstante. Y cuando estaba a punto de confesarle a mi amigo que no tenía putas ganas de ir de bares se me ocurrió una idea genial (un truco de bricolaje) compatible con mi pereza y con mi provecta edad: como mi dormitorio está casi pegado a la calle, me metí en la cama y dejé el movil encendido con el bluetooth abierto al mejor postor (postora). Al principio no me podía dormir, esperando la llegada de un mensaje prometedor. Me puse una película de La Dos y me quedé sopa. Eran ya las cinco de la madrugada cuando el móvil me despertó con unos bip psicodélicos, muy al estilo de Samsung. Joder, qué pocas ganas tenía. Y acto seguido el timbre de la puerta (que suena como el avisador de un aeropuerto).

Me puse al albornoz, bajé dando tumbos la escalera y así mismo, con el pelo revuelto y sin mear, recibí a mi pretendienta. Era la hija de unos vecinos de la urbanización. No debe de tener más de 22 años, y la conozco porque casi todos los días, cuando salgo en el coche para ir a trabajar, ella me interrumpe el paso porque sale de su garaje a la misma hora que yo. Es azafata de aviación. Le conozco las piernas. Un poco torcidas y no tan elegantes. Pero es una chica joven, y bien arreglada resulta guapa.

-¿Qué quieres? Le pregunté con desgana.

-Que me folles, dijo ella seca y desesperadamente, señalando su móvil que era fucsia.

Yo suspiré y la miré a la frente (o a los ojos: o a las pestañas con demasiado rímel).

-Mira, le dije en tono protector: si nos damos placer esta noche, mañana no tendremos nada, y continuaremos igual de aburridos. En cambio, si nos casamos y tenemos dos hijos, estaremos entretenidos por un tiempo más largo.

Pero ella no quiso escuchar, no ese plan absurdo. "Un trato es un trato". Y me arrastró al dormitorio donde yo le abrí las piernas y la tomé por obligación.

Lo único bueno de todo el asunto es que al menos esa mañana no me interrumpió con su coche, saliendo del garaje.